
En Polonia, sólo se puede colgar la bandera del país en ventanas y balcones el día de la fiesta nacional o en fechas señaladas. Con esas restricciones, las autoridades pretenden preservar el respeto debido a un símbolo que representa a la comunidad y a los valores que les unen.
En España, si quedan valores comunes, que alguno debe quedar, lo que falla es el respeto hacia ellos. Este lunes, un centenar de independentistas violentos asaltó la delegación del Gobierno en Gerona, arrió la bandera y, para escarnio de lo que representa, la lanzó al suelo desde una ventana. Nadie se dignó a recogerla. Tal vez porque aquellos a los que se les llena la boca con la palabra democracia para reclamar un referéndum ilegal sólo entienden por tal su propia tiranía. Tal vez por miedo. Porque lo que las imágenes de lo que ha ocurrido en Cataluña en los últimos días transmiten es que los independentistas más radicales han tomado la calle. Cortan vías férreas y carreteras, asaltan edificios e insultan y agreden al que no piensa como ellos con impunidad absoluta, jaleados para más inri por el que supuestamente debe velar por la ordenada convivencia, el presidente de la comunidad autónoma, el representante del Estado.
Esta última algarada de los radicales cachorros de la CUP, alentada por Quim Torra, es sólo un signo más que ratifica la sensación de desgobierno que se ha adueñado del país.
No hay día sin su correspondiente escándalo. Si no es el enésimo golpe de los nacionalistas acogido con comprensión por algún ministro, es la detención de un antiguo poderoso corrupto. Si no son las triquiñuelas de un ministro al hacer los deberes con Hacienda, son grabaciones de comidas privadas que se airean desvelando conversaciones y conductas vergonzosas en el mejor de los casos, indicios de delitos en el peor. Y el presidente a miles de kilómetros haciendo su particular road show para preparar las próximas elecciones.
Tal es el caos, que hay mañanas en las que es necesario restregarse en un par de ocasiones los ojos para creer que lo que estamos viendo es real y no un drama escrito para el teatro.
El Gobierno, si alguna vez lo tuvo, ha perdido el control. Es incapaz de marcar la agenda política con sus iniciativas, ni siquiera el efecto inducido artificialmente de las fotos y vídeos salidos de la factoría de marketing de Iván Redondo tiene algún resultado y, ante el pasmo de la gran mayoría, parece haber una superestructura paralela forjada por la confluencia de intereses mutuos que rige los destinos del país en función de amistades y conveniencias, muy por encima de la ley. La respuesta a este desgobierno, a la falta de respeto permanente al ciudadano, no es matar al mensajero que pone el altavoz a las tropelías. La respuesta es devolverle la palabra. Es urgente convocar elecciones.