En La Pieza 25, el libro en el que la periodista Pilar Urbano describe con la inestimable colaboración del juez Castro la instrucción del Caso Noos, el fiscal Horrach se queda estupefacto al comprobar, declaración tras declaración, cómo los empleados públicos del Gobierno balear dejaban pasar las tropelías de sus superiores sin cuestionarlas siquiera. La ley suprema era la orden del jefe, su mandato estaba por encima de cualquier otra consideración. La obediencia ciega llegaba a tal extremo que el lector se pregunta no ya si en algún momento alguien dudó a la hora de cumplir con lo que se le exigía -que no parece-, sino si, acostumbrados como estaban a la rutina de esa cadena de mando viciada desde su origen, alguno llegó a darse cuenta de que se estaban cometiendo delitos que podían incluso llegar a comprometerlos penalmente. Lo que es seguro es que nadie dio la voz de alarma. De haberlo hecho, le hubiera costado el puesto.
Aunque su condición vitalicia les garantiza una supuesta seguridad a la hora de velar por los derechos del ciudadano, ser hoy funcionario se ha convertido en oficio de riesgo. En la mayoría de casos, levantar la voz denunciando una arbitrariedad garantiza el pasaporte inmediato al ostracismo, legislaturas vacías y la retirada automática de cualquier suplemento salarial. Hay que pensárselo dos veces. Y esto es algo que ocurre en todas las administraciones. Pero hay una en concreto en la que ser funcionario se ha convertido en oficio de alto riesgo: Cataluña. Acatar y ejecutar los mandatos de los jefes de la tribu independentista puede acarrear llegado el caso una imputación por colaborar con el golpe. Sin embargo, levantar la voz negándose a colaborar en la injusticia se ha convertido en tarea heroica. Ya es raro que, tras los años de impunidad en los que los delfines de Pujol han hecho y deshecho a su antojo, saltándose la Constitución a la torera, hubiera servidores públicos decididos a exhibir su respaldo a la legalidad, pero los hay. Una profesora se negó a abrir su colegio para celebrar el referéndum del 14-N y ha habido mossos que se sintieron respaldados por la activación del 155 y decidieron abrirse la guerrera descubriendo su camiseta con la bandera nacional. Y ahora que vuelven a mandar los mismos de siempre, los que han puesto las escuelas, la televisión pública y el dinero de todos los españoles a disposición de la causa rebelde, los que consideran inferiores a los que no son de su cuerda, los que ya ni permiten celebrar la Diada a los que no se declaren como ellos, se han quedado solos. En Cataluña, sus jefes les tachan de chivatos y esquiroles, sus compañeros les dan la espalda y el Gobierno de la nación les ignora. Su defensa de la democracia, de la legalidad, les ha convertido en héroes. Posiblemente muy a su pesar. Y están tan solos que posiblemente acabarán por preguntarse si ha valido la pena, si no será mejor dar marcha atrás. Si llega ese día, habremos perdido todos.