
Hay en Ho-chi-min, la antigua Saigón, un Museo de la Guerra en el que el régimen que gobierna Vietnam exhibe sus trofeos. Aviones y carros de combate incautados al Ejército de EEUU reciben al visitante en el patio exterior. El interior es una sucesión de fotografías de las grandes manifestaciones por la paz que se sucedieron durante el conflicto en Occidente. Fue esa presión inducida por los comunistas, la que forzó la retirada de las tropas de EEUU. No hay régimen democrático que pueda soportarla. La propaganda del Vietcong acabó por torcer el brazo a los norteamericanos que, confiados en su aparente superioridad económica y militar, no pudieron o no supieron explicar a sus ciudadanos qué se les había perdido en aquel lejano rincón de Asia para que tuvieran que pelear por ello recibiendo a cambio ataúdes llenos de cadáveres. Desde entonces, la gestión de la "información", que ya habían ensayado con notorios resultados Churchill o Goebbels durante la II Guerra Mundial, se convirtió en un arma estratégica. Hoy, es materia de estudio obligada para los grandes estadistas y las más prestigiosas escuelas de negocios, aunque la disfracen con otros títulos.
No parece que Pedro Sánchez desconozca su valor, no hay más que ver la premura con la que ha tomado el control de RTVE, ejecutando en tiempo récord una purga ensayada en algunas autonómicas. Ya le había explicado su ideólogo, Pablo Iglesias, que era más importante controlar la televisión que gestionar el turismo. Sin embargo, esa diligencia que exhibe el Gobierno para hacer lo que es aparentemente sencillo, contrasta con la dificultad que parece tener para enfrentarse a los verdaderos retos de la legislatura. Esta pasada semana, Quim Torra ha inaugurado una exposición con imágenes de supuestos agredidos por la Policía Nacional y la Guardia Civil el pasado 1-O. Los gestos dolientes de personas desmayadas sobre el suelo con la nariz o las cejas sangrando, presuntas "víctimas" de las fuerzas de seguridad, contrastan con las caras risueñas que aparecen en las fotografías de los actos convocados por los independentistas. Salvando la distancia, recuerdan tanto a las que se exhiben en el Museo de la Guerra de Ho-chi-min...
Los separatistas han pintado de amarillo los espacios públicos y han identificado a los disidentes, han adoctrinado a los niños y a algunos corresponsales de prensa extranjeros, tienen el control de parte de las instituciones y cuentan con el favor de algunos gobiernos y jueces europeos. Prometen un otoño caliente, y lo será, y aseguran que harán efectiva la república catalana que proclamaron hace casi un año. Y la única respuesta que reciben del Gobierno de España a su ofensiva propagandística es una promesa de autogobierno, del que disfrutan desde hace cuatro décadas. El golpe en Cataluña no sólo no se ha quebrado, es que está más vivo y fuerte que doce meses atrás. No hay democracia.