Firmas

Los límites del presidente

Foto: Efe.

En toda relación establecida en términos de poder, las partes suelen poner a prueba sus límites. En una democracia consolidada, son la ley y la separación de poderes las que dibujan las líneas rojas que gobernantes y gobernados deben respetar en el ejercicio de sus derechos y atribuciones, ateniéndose no solo a la letra, sino también al espíritu de lo que significan y encarnan. Pero nada parece más lejos de la realidad en esta España en la que todo está en cuestión, en la que las minorías rompen las normas de convivencia con pasmosa impunidad a pesar del hartazgo creciente de la mayoría y en la que los consensos tácitos establecidos en la Transición entre los grandes partidos, pilares del sistema, han saltado por los aires. Zapatero inició la voladura, Rajoy dejó hacer y Sánchez ha decidido retomar el trabajo de su predecesor en Ferraz.

Con ese fin, ha decidido resucitar a Franco. A buen seguro, el presidente esperaba ya que PP y Cs, tras balbucear alguna que otra excusa, se colocaran de perfil para evitar que las teles amigas del Gobierno les tildaran de fachas. Lo que probablemente busca es que ese tercio de españoles cabreados por la equidistancia de Rivera y Casado en este asunto, den su voto a Vox. Cuarenta años después de muerto, Franco será el gran activo socialista, quién lo iba a decir, para fragmentar el voto del centro derecha, arrebatándole de ese modo opciones de acceder al Gobierno. Lo de menos parecen ser las heridas que pueda abrir con esa voladura del pacto de reconciliación que sellaron los contendientes en la Guerra Civil y que él personalmente ha decidido enmendar a perjuicio de parte.

Esa falta de escrúpulos a la hora de faltar el respeto a los muertos y al pasado no le pasará factura, más bien será lo contrario. Sin embargo, eso no significa que su victoria en la moción de censura, aplaudida incluso por muchos simpatizantes y votantes del centro deseosos de echar Rajoy, le haya otorgado una carta blanca para hacer y deshacer a su antojo. Nada más lejos de la realidad. El Gobierno ha comenzado a toparse estrepitosamente con sus propios límites cuando, deudor del apoyo de los separatistas, ha decidido poner en almoneda las cosas de comer, el presente y el futuro inmediato de todos, que no son otros que la estabilidad de la economía y la integridad de la nación. Los ciudadanos han dejado pasar que agote la legislatura a pesar de que prometió celebrar elecciones de forma inmediata. Pueden mirar hacia otro lado ante el recibimiento triunfal del Aquarius por motivos humanitarios. Pero lo que no van a tolerar es que el PSOE, por deudor que sea del voto separatista, se convierta en el gran valedor del xenófobo e insolidario Puigdemont. La rebelión del Poder Judicial ha obligado ya a Sánchez a rectificar y a defender a Llarena en Bélgica y, a poco que se caliente la calle, que va camino de ello, su permisividad con los lazos amarillos que invaden los espacios públicos se volverá en su contra.

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