
Se llama fijación en psicología aquella idea, palabra o imagen que se impone en la mente de la persona de tal manera que es muy difícil evadirse de ella. En este sentido y en la vida cotidiana, fijación, obsesión y paranoia son prácticamente palabras sinónimas.
Desde tiempo inmemorial la fijación ha sido una técnica usada tanto en la religión como en la política. Ahora va apareciendo en el marketing comercial. La fijación sirve para que las élites sociales logren cohesionar a través de determinados imaginarios colectivos a poblaciones y colectivos sociales.
A lo largo de la Historia de España los grupos dirigentes han utilizado con profusión toda una simbología de imágenes y palabras que trasladaban a la mente colectiva la necesidad de posicionarse ante el dilema maniqueo del Bien y el Mal. Dios, Patria y Rey fueron en un tiempo la simbología asimilada al Bien. El judío, el morisco, el librepensador, el comunista o la anti-España lo fueron del Mal. En nuestros días la bandera, lo español (en el sentido más castizo), lo taurino o las idolátricas expresiones de la religiosidad, se erigen en la representación ontológica de lo español por antonomasia. Los independentistas, ETA (a pesar de haberse disuelto), los populistas, los inmigrantes de raza negra o de países árabes, los defensores de la libertad sexual o de la estricta igualdad de género son la encarnación del Mal que nunca muere.
Pero no nos engañemos; tras la manipulación de las gentes están, siempre, los intereses económicos, sociales y culturales de las élites y sus organizaciones políticas y culturales. El discurso alienador capta a las masas mediante el despliegue de tres ejes básicos de discurso:
En primer lugar, la constatación de una realidad social dolorosa, sobre todo cuando gobiernan otros.
En segundo, la fijación del enemigo responsable: inmigrantes, demagogos, politicastros, utópicos y la anti- España que anteriormente se citó.
Y en tercer lugar, el protagonismo de la exhibición de banderas patrias, procesiones, desfiles y cantos al sentido común realista de los resignados, como remedio sucedáneo para los males denunciados.
El problema estriba en que a causa del abandono de la lucha ideológica, tanto a ras de tierra como en el campo intelectual, social y político por parte de la izquierda, este fascismo, en principio de faz blanda y aparentemente justiciera, avanza, se consolida en capas populares y va aflorando en balcones, ventanas, romerías, desfiles, tertulias mediáticas y explicaciones torticeras del pasado reciente.
Hagamos memoria de los progromos de todos los tiempos, la Inquisición y su aceptación popular, el Motín de Esquilache, el "vivan las caenas" de 1814 o el "Franco, Franco, Franco" de cuarenta años que aún colea.