
Contra lo que parece las reuniones Sánchez-Torra no son para pactar, sino para que cada uno de ellos observe al otro y calcule cuándo va a mover ficha el otro. Los movimientos pueden ser: Uno, Torra puede convocar elecciones al Parlament con una lista unitaria, cuyo programa electoral sería declarar la independencia. Si consigue mayoría absoluta en la Cámara catalana y, eventualmente mayoría de votantes, proclamaría la independencia con efecto irreversible, después de elegir a Puigdemont president que, probablemente, seguiría huido. El Gobierno en ese caso tendría que aplicar el 155 nuevamente, en su versión dura. Se disolvería el Parlament y no se convocarían elecciones (sería un disparate hacerlo). Se intervendrían los medios de comunicación de la Generalitat y se iniciaría una campaña constitucionalista; Dos, antes de que Torra pudiera hacer esta maniobra, el Gobierno, con la ayuda del PP y Ciudadanos, vuelve a aplicar el 155 versión dulcificada, pero sin convocar elecciones nuevamente, disuelto el Parlament. Con un poco de tiempo se cambiaría la dirección de los medios de propaganda de la Generalidad (TV3 especialmente). La excusa para esta maniobra sería cualquier paso en falso del Parlament propiciada por la CUP.
Lo que han hecho Sánchez y Torra en su primera reunión es tantear la posibilidad de que pudiera ocurrir una de estas dos cosas. Sánchez sabe que si aplicase el 155 duro sería un paso necesario pero peligroso. En todo caso sea el 155 duro o amortiguado la valoración de su Gobierno en el resto de España subiría, pero no tanto como para poder gobernar en solitario después de las siguientes elecciones porque la economía empieza a debilitarse. Sino al tiempo.
Torra sabe que el independentismo sin el poder institucional iría perdiendo fuerza porque, especialmente en Cataluña, el dinero alinea voluntades. Los intelectuales viven de su producción y eso exige, muchas veces, instituciones generosas con sus ideas.
En ese tanteo cada uno evalúa si el movimiento del otro será antes o después de las municipales de mayo de 2019. Si Torra calcula que el independentismo puede gobernar en Barcelona, esperaría y haría ese movimiento después de las municipales, pero antes del verano de ese año. Si no tuviera claro esa victoria en la capital, lo haría antes porque, como siempre, Ada Colau permanecería neutral esperando al resultado de ese movimiento y la respuesta del Estado.
En esta partida de póker, cada uno está evaluando el farol del otro. El verano dará tregua. Pero en septiembre con la Diada como fecha simbólica del independentismo, las soflamas arreciarán. Cada vez que se habla de diálogo se acerca más otro 155. Sólo una ráfaga de sensatez en las filas del independentismo lo puede evitar, lo que cada vez está más difícil.