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El día que Sánchez se convirtió en Rajoy

Sánchez y Torra. Foto: Efe

De las muchas y variadas interpretaciones y análisis que ha dejado la reunión del verano, el encuentro entre Pedro Sánchez y Quim Torra en La Moncloa, la más extendida es la de ganar tiempo por parte del presidente del gobierno y la de pasar por el aro el presidente catalán. Ni una ni otra conclusión son completas para definir lo ocurrido tras el paseo de ambos junto a la idílica fuente monclovita, pero ambas cosas ocurrieron, aunque acompañadas de otras muchas consideraciones.

El gobierno catalán ha aceptado participar en una comisión bilateral que no se reúne desde hace siete años porque el gobierno catalán no ha querido. Con ese instrumento de colaboración creado por el estatuto autonómico ha pasado lo mismo que con la conferencia de presidentes: que Cataluña se ha autoexcuido por decisión propia y no por el sometimiento de ningún poder fáctico anterior. Torra, como le han recordado nada más llegar a Barcelona los Comités de Defensa de la República, ha aceptado la vía autonomista de encauzar diálogo y búsqueda de soluciones en el marco de una herramienta plenamente constitucional y legal, nada rupturista. Una cosa es lanzar proclamas ante los medios y otra reanudar un camino ya explorado que ha llevado a prisión o a la salida de España a sus antecesores.

En las cuestiones clave de la conversación, la exigencia del derecho de autodeterminación y la situación de los presos preventivos, Torra no ha logrado absolutamente nada. Se va con las alforjas vacías, aunque con un tesoro inmaterial que el president ha subrayado convenientemente: el nuevo jefe de gobierno reconoce que hay un problema político que requiere soluciones políticas.

Si se analiza la forma, las imágenes que deja el encuentro, muchas cosas han cambiado en esta etapa de las relaciones entre Cataluña y el gobierno inaugurada con el cambio de gobierno en la imprevisible primavera reciente. Los gestos son novedosos, aquello que en etapas anteriores se definía como talante se ha instalado en los usos y costumbres de la presidencia y la forma de abordar el conflicto con Cataluña es un ejemplo más. Parece que el problema eran algunos actores problemáticos que afortunadamente ya no están.

Pero en el fondo, poco se ha alterado porque como decía el anterior presidente cualquier inquilino de Moncloa ni podrá ni querrá iniciar el camino de la destrucción del país que preside. Cambien a Sánchez por Rajoy y verán el fondo de lo que ayer el jefe del gobierno le dijo sin decir al independentista Torra. Que el derecho de autodeterminación no existe en nuestro sistema constitucional, que para cambiarlo se precisan unas mayorías que los separatistas ni tienen ni tendrán, y que los líderes encarcelados preventivamente no son presos políticos venezolanos ni puede el presidente pedir o interceder ante juez alguno para que los libere. Pueden incluso repasar las comparecencias posteriores a reuniones como ésta de las dos vicepresidentas, Sáenz de Santamaría y Calvo, y descubrirán expresiones idénticas y apelaciones exactamente iguales a artículos concretos de la Constitución. Son intercambiables.

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