Firmas

Militantes

Hillary Clinton y Bernie Sanders en un debate en las primarias demócratas de 2016. Foto: Reuters.

Los partidos políticos vienen agrandando sus censos en cantidades escandalosas. ¿Con qué fin? Con el mismo objetivo con el que despliegan sus más vistosas plumas los pavos reales: conquistar al personal. El colmo de este despropósito lo acaba de mostrar el PP al desnudarse y mostrar que aquellos más de 800.000 militantes se han quedado en menos del 8% de esa cantidad. ¿Y cómo una cifra tan escasa puede representar a millones de votantes? Para decirlo científicamente, los militantes de un partido se parecen a sus votantes como un huevo a una castaña. Pero estas trampas en los solitarios tienen malas consecuencias para el funcionamiento de la democracia. Y es que la primera tara de los partidos es el sectarismo, y éste es hijo de la militancia. ¿Por qué? Para contestar a esta pregunta hay que hacerse otra antes: ¿De qué hablan entre sí los militantes? De dos cosas: de lo buenos que somos nosotros y lo malos que son nuestros adversarios, convertidos previamente en enemigos a los que es necesario destruir; y cuesta abajo en la rodada del sectarismo, se habla -y muy mal- de aquellos compañeros que no nos caen bien.

Sería por esto último por lo que (se le atribuye a) Winston Churchill dijo: "Hay enemigos, enemigos a muerte y compañeros de partido". Y conviene preguntarse: si los miembros de un partido no se parecen en sus ideas ni en sus vivencias a sus votantes, ¿cómo contentar a estos últimos? Tengo para mí que esa mediación de los militantes entre los votantes de un partido y los elegidos por estos en las urnas no es necesaria. ¿Por qué? En primer lugar, porque lo que los partidos han creado y siguen creando no es una militancia en el sentido clásico europeo de los partidos de izquierda (partidos de masas y militancia) sino una clase extractiva, dentro de la cual una proporción creciente no ha trabajado nunca fuera de su militancia, habiendo hecho de ésta una profesión que se pretende ejercer (y a veces se ejerce) desde la pubertad hasta la jubilación. En segundo lugar, porque los votantes suelen ser, de media, más prácticos y menos sectarios que los militantes. Y si esto es así, ¿por qué no tratar directamente con los votantes que deseen ser consultados? Dejando para las reuniones puramente especulativas a la militancia, pero sin ningún poder de decisión. Porque -lo diré de una vez- los partidos no son propiedad de sus militantes sino de sus votantes. En suma, soy partidario de dos reformas que deberían formar parte de una hoy inexistente Ley de Partidos, en la cual se exigiría a los partidos unas prácticas democráticas muy concretas y también se regularían unas primarias iguales para todos los partidos, con controles públicos, dándoles el derecho a participar en ellas a todas cuantas personas soliciten inscribirse en censos públicos sin duplicidades.

Con todos sus defectos -que los tiene, y muchos- el sistema de primarias norteamericano es mucho mejor que los intentos que se han hecho en España y en Francia, por ejemplo.

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