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Soberanía europea

Foto: Efe.

Soberanía es un concepto esencial de la política. El lugar de la soberanía se aprecia bien al formular seis preguntas clásicas. ¿Qué es?: poder, capacidad, legitimidad. ¿A quién atañe?: Dios Soberano, el rey soberano, el pueblo, la asamblea o el caudillo. ¿Cuándo destaca?: desde la revolución francesa y con las constituciones contemporáneas. ¿Dónde se aplica?: a un territorio, nación y Estado. ¿Porqué es relevante?: funda la legitimidad y la legalidad de los Estados, sistemas políticos y modelos sociales. ¿Cómo se desempeña?: en autocracia y discrecionalidad o en democracia y reglas.

En Europa occidental los Estados modernos se constituyen a partir de la Paz de Westfalia (1648), que fija la soberanía nacional, en tanto que control de un territorio y de una población, y como base del reconocimiento mutuo y respeto de los Estados. La soberanía garantizaría la intangibilidad de las fronteras de los Estados nacionales europeos y la integridad de su territorio, y excluiría la agresión entre Estados. La soberanía y el poder estatal que de ella emana propician la estabilidad militar, política, social y económica.

Contemporáneamente, la integración (económica, europea y, naturalmente, la unificación política) compone con la soberanía de los Estados nación, que ceden competencias a una comunidad adicional. Competencias exclusivas, compartidas y nacionales, políticas comunes (arancelaria, de competencia, monetaria) y coordinación de políticas nacionales conforman un sistema multinivel de gobierno. Con todo ello, no obstante, el proceso de integración europea puede generar Estados vacíos, que son titulares formales de la soberanía, pero que carecen de competencias materiales.

Tanto en la política como en la economía actuales, la dialéctica en relación con la soberanía es crucial. Por supuesto, la globalización afecta en la soberanía. También, evidentemente, el secesionismo juega con la soberanía: niega una soberanía, que tilda de ajena, y pretende conquistar una soberanía propia. En la globalización la soberanía es impulsada hacia arriba. En el separatismo la soberanía es impulsada hacia abajo.

El populismo, sea como reacción a la globalización, sea como cristalización del regionalismo, propende al soberanismo, lo que incluye el inmediatismo de la acción política. Populistas, nacionalistas, separatistas, supremacistas y extremistas radicales merman juntos la legitimidad de la soberanía de los Estados nación e intentan reconstruir una legitimidad y una legalidad distintas.

En este contexto, es indicativo cuánto ocurre en Italia, Francia y España. Los dos primeros países han tomado caminos dispares, en parte debido a sus sistemas electorales, uno proporcional y otro mayoritario y con segunda vuelta. En Italia los dos extremos políticos han coincidido en su voluntad de gobierno y en su antieuropeísmo. En cambio, en Francia el centro político gobierna, en buena medida por su europeísmo, reactivo al antieuropeísmo común a sus nutridas extrema derecha y extrema izquierda. Por otra parte, en España la soberanía nacional y la integridad territorial están gravemente cuestionadas por partidos otrora autonomistas, luego soberanistas y después independentistas, que cuentan con el apoyo de las radicalidades izquierdistas. Dada la flojera del Estado de derecho en partes importantes del territorio español, la debilidad institucional y la anomia de los partidos que gobernaron, la soberanía sufre una punzante deslegitimación.

En la UE hay un malestar notable, relacionado con los fenómenos de la globalización, crisis, desindustrialización, desempleo e inmigración, así como al populismo, la incompletitud de las instituciones europeas y a la facilidad con que Europa puede aparecer como chivo expiatorio de las simplezas populistas: la culpa es de Bruselas, de la UE, del euro, o de Alemania. En Europa las soberanías formales y materiales están sometidas a torsión.

Las cuestiones reales o aparentes de soberanía pueden agudizar la confrontación política y derivar en fractura social, como se ve en EEUU.... o en Cataluña, especialmente si la reivindicación se ayuda con el descrédito del otro (extranjero, España). El populismo y el nacionalismo proponen soluciones simples a problemas complejos, y dividen a la ciudadanía. De ahí su trasiego con la soberanía, su apelación a la nación propia y a la protección frente al extranjero, así como su preferencia por el referéndum, forma expeditiva de democracia y dónde culmina la confrontación.

La soberanía nacional no debe ser ni tótem ni tabú. Vistos la dinámica global del poder, el lugar clave de la soberanía en los sistemas políticos, y los retos económicos, políticos y sociales en la UE, tiene interés la emergencia del concepto de soberanía europea.

El presidente Macron se refirió a una soberanía europea en su discurso de abril ante el Parlamento Europeo. Y parece que la soberanía europea hace camino. El vicepresidente de la Comisión Europea, Frans Timmermans, lo señaló este mayo en Sitges: una nueva soberanía formal europea debe acompañar a la mayor soberanía material europea y balancear al poder global.

Las soberanías materiales y formales se adecuarán a la globalización general y a la concreta integración. Siendo la UE la mejor esperanza política y la mejor realidad política, una mayor soberanía europea reforzará su valor, atractividad y efectividad. Para superar el trinomio pesimismo-populismo-nacionalismo, Europa debe ponerse en el centro del debate político como el anhelo más constructivo y práctico.

Las dificultades de los diferentes Estados miembros soberanos nacionales, sean éstas de inmigración, de desindustrialización o de desempleo serán mejor aliviadas no con menos Europa sino con más Europa. Como es clásico aseverar, en una Europa integrada las naciones y las regiones encontrarán un mejor lugar, un buen acomodo. La solidaridad y la soberanía deben pensarse en europeo. ¡Bravo, bienvenida sea la soberanía europea!

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