
¿Colapsará Italia, ahora que su formación de Gobierno sigue en el alero, encomendada a Carlo Cottarelli? Más o menos colapsada ya lo está, tal es la decadencia económica y el caos político. Luego, la cuestión es cuánto tiempo Italia persistirá en su hundimiento y si éste desatará un crac financiero y su salida del euro. Italia vendrá a ser el paradigma de la crisis contemporánea de una democracia avanzada. Veamos siete aspectos del desplome anunciado de Italia.
Primero: hay un estancamiento económico secular y una importante degradación relativa: en 1991 el PIB per cápita de Italia era el 104% del de la UE15; en 2017 ha sido el 83%. Segundo: aunque la economía lleve dos décadas renqueante, el mayor riesgo de Italia es el político. Tercero: el sistema de partidos políticos italiano fue laminado, y tiende al modo peor, al populismo total. Cuarto: tradicionalmente, en Italia la política es más politiqueo que en ningún otro país occidental; la coalición que ahora se perfila culminará todas las artes y experimentos políticos. Quinto: los extremos políticos coinciden, de modo que los polos del populismo italiano (derecha e izquierda, y norte y sur) pueden coaligarse para obtener el gobierno. El contrato económico-social que acordaron los populistas italianos mezcla lo peor de cada tendencia y es surrealista. Su coste es de 100.000 millones de euros de gasto público suplementario, el 6,2% del PIB.
Sexto: probablemente, el pánico financiero, con traslado de depósitos, acceso desaforado a los cajeros, quiebra bancaria y crac bursátil, será la espoleta del naufragio italiano.
Y séptimo: el desplome de Italia generará una crisis sistémica severa en la Unión Europea y en el mundo entero.
En nuestras sociedades abiertas, basadas en el sufragio universal y en la propaganda masiva, también ocurre lo inopinado. Últimamente, se han producido insospechados eventos negativos, tal el Brexit y Trump; y positivos, tal la elección de Emmanuel Macron. Con todo, el impacto sistémico de estos imprevistos es menor del augurado. Así, tras el triunfo del Brexit la bolsa no se hundió. Por su parte, Trump no parece muy eficaz en sus endiabladas decisiones, acaso por los checks and balances. Y lo de Macron, es el típico cantar sobre la incapacidad de reformar. El hundimiento de Italia es más previsible e incluso dícese que está descontado. Pero, Italia ¿se puede salvar de su hundimiento?
De este modo, un interrogante aparece. Si los votantes y el Estado italianos resultan irresponsables -porque han abocado a este hundimiento y porque se niegan a evitarlo- ¿debe la Unión Europea ser responsable? ¿Por qué debiera ser la Unión el garante de último resorte de las políticas levantiscas de un Estado miembro? En los restantes países de Europa no habrá gran vocación para solventarle a Italia los problemas que se está buscando. Pero, aunque una inclinación solidaria apareciese, por ejemplo, en forma de interés para los mismos socios europeos de ayudar a Italia con objeto de evitar las externalidades o el contagio ¿podría la Unión aliviar realmente a Italia? Esto es ¿puede la Unión evitar el colapso de Italia y el propio?
Italia no es un Estado fallido, entre otras cosas porque, a pesar de todo, recauda el 47% del PIB y gestiona el 49% del gasto. Sin embargo, su deuda pública alcanza el 132% del PIB y el servicio de ésta el 14%. En el contexto de su atribulada política, de la decadencia de su economía y del riesgo de sus bancos, un programa económico no sólo díscolo sino gamberro puede rematar la faena y hundir Italia... y la Unión Europea.