Mariano Rajoy parece haber pisado un excremento de perro, cuanto más se mueve más extiende el olor. Es el precio que tiene que pagar por haber heredado un partido corrupto de José María Aznar. Lo que ha pasado en las últimas semanas parece el canto del cisne. Los acontecimientos de los últimos días: la detención de Eduardo Zaplana; procesamiento del secretario de Estado de Hacienda Enrique Fernández de Moya y sentencia del caso Gürtel por la que se condena al PP a título lucrativo, permiten pensar que la situación del Gobierno es insostenible. Como en la película dirigida por Mark Frost El peso de la corrupción (1992), es excesivo para poder seguir soportándolo. La situación recuerda a la cuarta y última legislatura de Felipe González, en la que cada día se producía un nuevo escándalo. Resulta evidente que se ha llegado a un final de etapa. Con la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado y el inminente levantamiento del artículo 155 de la Constitución en Cataluña, parecía que la Legislatura podría ponerse en marcha, pero la corrupción y los jueces han vuelto a descarrilarla, y no está claro quién pueda enderezarla. Solo resulta evidente el final de Mariano Rajoy y que no volverá a presentarse a unas nuevas elecciones.
Así lo ha entendido el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez que ha decidido dar el salto y proponer a su partido la presentación de una moción de censura. Es difícil que salga adelante, por lo que el objetivo sería desgastar aún más a un PP en descomposición. El riesgo es que en la medida en que se siga debilitando al Estado, cada vez serán mas las voces secesionistas que clamen por una nueva intentona golpista. Este es el auténtico precio que tenemos que pagar por haber dejado que la corrupción llegase a unas tasas tan elevadas: la desafección de los ciudadanos de sus instituciones.
Ante esta situación, cuanto antes deje el PP el poder mejor. Necesita pasar a la oposición y hacer su travesía del desierto para regenerarse. El recambio probablemente sea un partido como Ciudadanos, al que aún le falta un hervor. Pero es la única alternativa que parece viable y así lo reflejan las encuestas.
El desgaste del PP, unido a los casos de corrupción que aún le colean al PSOE, y la crispación creada en Cataluña se podría traducir en un apoyo masivo a Albert Rivera. Así pasó en 1982, cuando Felipe González obtuvo mayoría absoluta ante el grado de deterioro al que Adolfo Suárez había conducido al país.