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Noticias sobre la primavera económica

  • Una de las amenazas de nuestra economía es el déficit del sector público
Foto: Archivo

Efectivamente, el pasado mes de abril no solo ha traído esa primavera a España desde el punto de vista climatológico, sino que también ha creado un ambiente económico nuevo. Las novedades han sido, en este sentido, notables. Por un lado, se ha superado definitivamente la fuerte depresión creada por la conjunción de la crisis subprime de los Estados Unidos, que se combinó con la errónea política económica del Gobierno de Rodríguez Zapatero. Para ello fue necesario alterar muy profundamente el funcionamiento de nuestra economía en aspectos que van desde culminar la ordenación del sistema crediticio a flexibilizar en algún grado el mercado del trabajo. El triple resultado de todo esto ha sido un crecimiento cada vez más fuerte del PIB; por otro, un aumento muy rápido en las cifras de la población activa con el correlato del derrumbamiento del desempleo; la tercera realidad positiva ha sido un crecimiento fortísimo de las exportaciones, a lo que se añade que los otros elementos de las balanzas exteriores, se modificaron de tal modo que el fantasma que era habitual en la economía española, del déficit exterior, ha dejado de existir.

Ello, naturalmente, se acompaña de datos muy visibles. Uno de ellos es la cifra del PIB por habitante, que en 2017 ha alcanzado los niveles más altos de la historia. Complementa a todo esto, un dato muy significativo. Cuando se produjo el cambio de Gobierno en 1957 y Mariano Navarro Rubio sustituye a Gómez de Llano en Hacienda, Alberto Ullastres a Arburúa en Comercio, Sanz Orrio en Trabajo a Girón, y Fernando María Castiella -que inmediatamente comenzó a llamar a las puertas del Mercado Común- a Martín Artajo, en Asuntos Exteriores, comenzaba nada menos que la liquidación del modelo económico que había nacido en España el 31 de diciembre de 1874 con el Ministerio Regencia de Cánovas del Castillo y el reinado de Alfonso XII, y que se había, no ya mantenido, sino ampliado, a lo largo de la Restauración, de la Dictadura de Primo de Rivera, de la II República, y desde el inicio de la Guerra Civil el 18 de julio de 1936, hasta ese cambio de Gobierno del 25 de febrero de 1957. Un dato que prueba las consecuencias económicas positivas del cambio es ésta: de 1874 en que se recogía un PIB generado hasta el final de ese año, y hasta 1957, o sea, en 83 años, el PIB se multiplicó por 3,85; pues bien, con el nuevo modelo, que corresponde a la última etapa de la jefatura de Franco, al reinado de Juan Carlos I y al inicio del rey Felipe VI, o sea, hasta 2017, en 60 años, el PIB se multiplicó por 7,57. En menos años, lo que se encuentra debajo es una alteración radical y muy positiva en la estructuras de todos y cada uno de los elementos de nuestra economía. Por ejemplo, nada se parece la estructura de la producción rural de 1957 a la actual, y no digamos la de la organización crediticia, o el que se haya derribado la barrera arancelaria que separaba, en la Península Ibérica, a las dos naciones que la constituyen, como sucedió a partir de 1986 y que, recordemos, en 1957 era una fuerte muralla que obstruía el tráfico comercial, y así en prácticamente todos y cada uno de sus aspectos del enlace económico. Agreguemos que, ya sin realidad bélica, el PIB por habitante italiano desde 1950 a 2016, iba por delante del español. En 2017 hemos superado al italiano y los datos recientes del FMI y de Eurostat prevén que esta diferencia a favor de la cifra de España, aumentará en 2018.

Todo este panorama no puede hacer creer que tras esta primavera van a llegar unas vacaciones de verano, donde será conveniente abandonar todo tipo de preocupaciones. Esto sería suicida, porque éstas deben mantenerse ante varias amenazas muy importantes. La primera deriva de la cuestión catalana. En el modelo anterior se constituyeron las bases para crear un distrito industrial importantísimo en la región de Barcelona, el cual se completaría con otras zonas catalanas. Una secesión que exigiría a España el impedir que una Cataluña independiente ingresase en la Unión Europea y en la Eurozona, por supuesto acarrearía, de modo obligado, el derrumbamiento de la economía catalana, pero golpearía también, de modo duro, al resto de nuestra economía, al reducir el conjunto del mercado español. La posibilidad de ese trauma conviene tenerlo en cuenta, con el agravante de que no caben negociaciones o pactos proclives a una especie de independencia catalana confederada económicamente, porque eso significaría tal conjunto de tensiones, que también generaría males de modo obligado.

La segunda amenaza se debe al fuerte déficit del sector público, generado de modo colosal por la política del citado Gobierno de Rodríguez Zapatero, pero que ha creado un bloque muy fuerte de deuda exterior actualmente, lo cual constituye, a mi juicio, la segunda gran amenaza para nuestra economía. Nada menos que Juan Álvarez Mendizábal en una famosa comunicación dirigida a la Regente María Cristina de Borbón, señaló cómo ahí, en el endeudamiento del Sector Público, se encontraba una seria amenaza para el trono de Isabel II. ¿Se explica de otro modo que se produjese el costoso choque con la Iglesia y parte notable de la opinión de los españoles, con el inicio de la denominada Desamortización? Esa operación se emprendió para, sencillamente amortizar deuda.

Pues bien, en estos momentos -basta mencionar el proyecto presupuestario anunciado por Pedro Sánchez como el adecuado-, es donde surge, de modo obligado, el planteamiento de un presupuesto deficitario. Para comprender que ese riesgo existe y que se agazapa en las dificultades que para aprobar su Presupuesto tiene en estos momentos el Partido Popular, basta la contemplación de las maniobras, lógicas, del ministro Montoro, que hasta ahora han aliviado el problema más de lo que cabía esperar. Esto nos muestra cómo se ha aliviado el problema; pero no cómo se ha eliminado radicalmente. Y la presión ciudadana movida por la carrera de ofertas de gasto público en la que compiten el PSOE y las diferentes entidades populistas con amplias bases electorales, prueban que este riesgo es serio.

El tercero, es el de la realidad internacional. Un choque entre Rusia, a causa de la política nacionalista de Putin, y el mundo occidental, que además puede tener impacto a través del mundo musulmán, en el Mediterráneo, constituye una amenaza importante. Pero, ¿es menor la que provoca el Brexit? ¿O la consolidación de la política proteccionista de Trump?

La preocupación por si estas dos tormentas -la de la deuda y la de Cataluña- estallan con violencia, es lógica; pero se pueden superar desde España; mas el estallido de una crisis, movida desde ámbitos extranjeros, puede causarnos también muchas molestias.

Y entre ellas, además, surge una nueva preocupación: que ante las nuevas etapas de la Revolución Industrial, iniciada casi ahora mismo con la revolución digital, no sepamos asumirlas. Eso obliga a desplegar un nuevo planteamiento en relación con la crisis y la tecnología, tal como parece exigir un manifiesto del Instituto de España, ratificado por las Reales Academias que lo integran. Es urgentísimo huir para siempre de la famosa frase "¡Que inventen ellos!" Si se aceptase, desaparecerían, masivamente, nuestras exportaciones.

Todos esos riesgos y la realidad económica que vivimos crea la aparición de dos opciones. Una es la de iniciar un nuevo 92, como el que los Reyes Católicos consiguieron; otra es la de otro 98, y que el pesimismo triunfe como consecuencia del éxito de la demagogia. El camino hacia una de estas realidades -la de consolidar una nueva y rica España o la de reiniciar otro capítulo del proceso, que parecía superado, de nuestra decadencia económica-, es por lo que hay que optar. Y como estamos en una democracia, la responsabilidad pasa por superar una tentación que puede fascinar al pueblo español: la de seguir un sendero que, como señaló con agudeza un gran economista, de caminar por él, le sucedería lo que a muchos indios americanos que habitaban en el Far West, y que cedieron sus tierras a cambio de las bebidas alcohólicas con las que les seducían los Bufalo Bill y compañía. Se sustituyó la alegría momentánea, por el hundimiento definitivo. Esa es la reflexión final que se debe hacer en esta alegre primavera económica.

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