
Las diversas organizaciones políticas de la izquierda de nuestro país, y con la intención clara y confesada de alcanzar un frente común, desarrollan múltiples propuestas, hacen llamamientos y muestran su disposición a llevar a cabo cambios importantes organizativos internos que faciliten la ampliación del espectro social capaz de hegemonizar un cambio profundo.
Esta loable disposición a terminar con la postración total y absoluta en la que la vida económica, política, cultural, ideológica e incluso judicial se desenvuelve en nuestro país, debiera a mi juicio, tener en cuenta algunas cuestiones que considero importantes.
La primera consiste en evidenciar por vía del ejemplo cotidiano, que el proyecto debe ser concebido para una acción que supere los estrechos y próximos horizontes electorales y vaya más allá de los mismos. De no ser así perdería credibilidad.
La segunda es desterrar la sempiterna tentación de invocar a la unidad de la izquierda sin más referente para ello que las siglas, tanto las que se consideran próximas como las antagonistas. Ya va siendo hora de que juzguemos según las políticas, los valores, los comportamientos y las ejecutorias.
La tercera consiste en la forja o creación de un contrapoder capaz de superar la situación actual y a la vez construir la alternativa sólida de Gobierno. Ello exige, sin duda, una izquierda generosa, con voluntad de sumergirse en el abigarrado tejido social que teniendo en común soportar el peso de la injusticia, no ha encontrado a quien o quienes trabajen en su seno para conseguir que pase de existir "en sí" a una determinación colectiva de actuar "para sí".
Una sociedad como la nuestra, inmersa en una crisis total y absoluta, necesita de algo más que una mera propuesta de futuribles más o menos verosímiles. Las grandes ideas que galvanizan a los colectivos sociales, o que deberían hacerlo al menos, se componen de tres elementos imprescindibles e indisolublemente ligados: valores de ética y justicia, proyectos de inmediata atención a los más desfavorecidos y horizontes de protagonismo social para la construcción colectiva de una nueva época. Este es el cuarto eje del proyecto.
Se trata en definitiva de convocar a la mayoría para participar en la consecución de una "fantasía concreta" que actúe, como decía Antonio Gramsci sobre un pueblo disperso, hastiado y pulverizado para suscitar y organizar su propia voluntad colectiva.