
La corrupción y la inoperancia de la universidad española era un secreto a voces. La gota de agua que permitió visualizar una crisis de décadas ha sido el esperpéntico máster de la presidenta de Madrid, Cristina Cifuentes. Una anécdota que ha permitido visualizar a los Monstruos universitarios (2013) como en la película de Dan Scanlon.
El mal de fondo de la universidad ha sido su politización. La lucha entre los diferentes partidos se trasladó miméticamente al campus y cada uno se apoderó de un trozo del pastel. Madrid es un ejemplo. Tras la muerte de Franco, la Complutense quedó bajo la influencia de la izquierda más ortodoxa. Rectores como Carlos Berzosa o José Carrillo, hijo del emblemático secretario general del PCE, así lo acreditan.
Dado que los socialistas no tocaban bola en la Universidad, Gregorio Peces Barba convenció a Felipe González para que construyese la Carlos III. La influencia del PSOE se hizo sentir desde el primer momento. Como réplica, el PP construyó la Rey Juan Carlos, aprovechando su paso por el poder. Unos y otros convirtieron la enseñanza en un cortijo.
Poco a poco, el campus se convirtió en un campo de batalla, donde la ideología importa más que los méritos. Trabajadores, estudiantes y profesores han defendido más sus intereses corporativos que una mejor docencia. El resultado es su desprestigio. En relación a la renta per cápita y a su población, la universidad española es el farolillo rojo en el ámbito mundial. Con profesores como Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero o Jorge Verstrynge no es de extrañar. Un máster aquí es como una flauta sin agujeros.
Puede haber excepciones, pero solo hay que echar un vistazo al ranking de Shanghái para darse cuenta del escaso prestigio que tiene internacionalmente. Este pésimo resultado contrasta con el de las escuelas de negocios, que se sitúan entre las más prestigiadas del mundo. ¿A qué se debe? A la Ley de Autonomía Universitaria concebida como una fábrica para expedir títulos.
Al final, Cifuentes dimitirá, será sustituida y todo seguirá igual. Gran éxito de Ángel Gabilondo y de Iglesias, ambos profesores metidos a políticos y a los que parece que el actual modelo de universidad les va muy bien. Y mientras, Albert Rivera a por uvas.