
A primera vista, su futuro pinta muy negro, pero acabe como acabe el caso Cifuentes será digno de encuadernarse con letras de molde en los manuales de comunicación de crisis como uno de los más soberbios exponentes de todo aquello que no se debe hacer.
La primera regla insoslayable en caso de emergencia es dar la cara y ella delegó esa función en los responsables de la Universidad, que intentaron salvar a la presidenta guardando al tiempo sus propias espaldas, con escasa solvencia como los hechos se han ocupado de demostrar. La alumna sólo apareció muchas horas después, cuando no quedaba más remedio, en ese célebre selfie en el que más que convincente se muestra abiertamente desafiante. La segunda regla, que vale tanto como la primera, es decir la verdad.
Y a estas alturas, dos semanas después de que estallara el escándalo, ni su propio partido pone la mano en el fuego por ella. Por eso, sólo unas horas antes de que Ciudadanos lanzara el órdago pidiendo su dimisión, Martínez Maíllo todavía dejaba en manos de una comisión de investigación en la Asamblea de Madrid el esclarecimiento de los hechos. Resulta que después de un fin de semana largo en amor y convención, parece que nadie le ha exigido que se explicara. No pueden perder Madrid, por eso han asumido la gestión de este asunto, quizá demasiado tarde.
Pero más allá del error en la dirección de esta crisis, la presidenta es víctima de una estrategia letal. Confiada en que la marca PP le aseguraba los votos de la derecha, la presidenta ha construido su imagen a base de desbaratar los argumentos de la izquierda y el populismo adelantándose a sus políticas. Ahora recoge los frutos de lo que sus amigos disculpaban como frivolidades de una chica conservadora de toda la vida: sus potenciales votantes hace tiempo que renegaron de ella.
La crisis ha anegado a Cifuentes hasta tal punto que ni siquiera es capaz de poner en solfa la autoridad moral de Íñigo Errejón y sus compañeros de partido para cuestionar su Master, cuando el que será candidato de Podemos a la presidencia de Madrid estuvo cobrando durante meses una beca sin pisar al parecer la universidad. Madrid se ha convertido en la gran hoguera de las vanidades políticas en gran medida debido a la desastrosa gestión de comunicación del caso del Master de Cifuentes, que, con la inestimable colaboración del poder mediático, ha logrado relegar a un segundo plano la verdadera crisis nacional. En Cataluña han dado un golpe de Estado, el parlamento está bloqueado, Puigdemont sigue alejado del brazo de la Justicia y un juez alemán acaba de dar un sonoro puñetazo a los principios sobre los que se construyó la UE. Pero nadie pregunta por ello a los responsables de los partidos que comparecen en rueda de prensa. Cuando acabe la crisis de la política, habrá también que hacer examen de conciencia en la profesión.