
Jane Avril era una bailarina de cancán, una parisina que ejercía sus buenos oficios en el cabaret Moulin Rouge de Montmartre. A estas alturas del siglo XXI nadie la conocería si no hubiera sido por Henry de Toulouse-Lautrec, el magnífico pintor que moriría a los 36 años, dejándonos unos hermosos cuadros, reflejo, muchos de ellos, de la vida perdularia que quiso llevar este noble francés, nacido con una enfermedad que destrozó su aparato locomotor.
Avril era hija de una madre soltera y maltratadora y contó en sus memorias cómo quiso suicidarse tirándose al Sena con catorce años. Salvada de las aguas del río, fue ingresada en el hospital de la Salpêtrière. Según ella cuenta, allí las histéricas eran las "aristócratas" del sanatorio y competían entre ellas en reclamar la atención del director del hospital, el Dr. Charcot, y de sus discípulos. Jane describe que muchas de ellas fingían los síntomas para verse atendidas por el director. El Dr. Charcot daba sus conferencias-demostraciones sobre la histeria en una sala donde existía una balconada llena de público, por eso sus pacientes histéricas adquirían un protagonismo sin igual. Estas conferencias eran fascinantes tanto para el público, entre el cual había turistas, como para los neurólogos de todo el mundo que acudía allí a aprender, incluido un joven Freud.
Todo esto y mucho más nos lo cuenta José Alberto Palma (profesor de Neurología en la New York University) en su magnífico libro Historia negra de la medicina: "la fama del doctor Charcot traspasó las fronteras y su figura comenzó a formar parte de las conversaciones cotidianas de la clase media europea". También dio el salto a la Literatura. Por ejemplo, Pérez Galdós menciona a Charcot en su novela Torquemada en el purgatorio y también Tosltoi en muchas de sus novelas. También aparece Charcot en Drácula, de Bram Stoker. Pero, ¿en qué consistía la histeria? La histeria (del griego hysteros, útero) era considerada un mal que aquejaba exclusivamente a las mujeres. Histeria, en suma, era un término precientífico dentro del cual cabían enfermedades que hoy a nadie se le ocurriría atribuir en exclusiva a las mujeres. No es de extrañar que ante tal confusión conceptual los tratamientos fueran variopintos y, a menudo, perjudiciales. Ya lo dejó escrito Azorín, no el escritor sino un famoso estadístico de ese apellido: "Conceptos ambiguos siempre dan lugar a medidas incorrectas". Así, el doctor Robert Battey, un reputado cirujano, alcanzó gran notoriedad por utilizar la operación Battey, es decir, la extirpación de ambos ovarios (ooforectomía). Tras el éxito, el uso de la ooforectomía para tratar enfermedades mentales se extendió por Europa y Norteamérica. Las pacientes eran mujeres jóvenes frecuentemente diagnosticadas de ovario-manía. Muchas de ellas fallecían durante la cirugía. Battey recopiló sus ideas en su obra cumbre, Castración Femenina, publicada en 1873. Una historia bien negra.