
Lo que fue durante muchos años ejemplo de modernidad, de europeísmo, de liderazgo cultural, de emprendimiento y de buen hacer económico, se ha convertido en poco tiempo en todo lo contrario. Cataluña, con Barcelona al frente, fue durante décadas lo que España en su conjunto quería ser. Japoneses, americanos y europeos, veían en Barcelona el lugar ideal para disfrutar de su vida cultural y desarrollar allí sus negocios. A Cataluña llegaron las multinacionales japonesas en masa; y allí se instaló lo más moderno de las nuevas oportunidades tecnológicas, con el Mobile World Congress al frente.
Hoy, sin embargo, todo está en franca decadencia. Lo último: la suspensión de la Barcelona World Race a causa de las incertidumbres políticas. En paralelo, la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal, la AIReF, habla en su informe de 27 de marzo pasado de menos dinamismo en la economía catalana que, debido a la inestabilidad política, pasa de un diferencial de crecimiento positivo respecto de la economía española a tasas de crecimientos menores que el resto, hecha la salvedad de la Comunidad Valenciana y Murcia.
Lo que un prestigioso diario catalán ponía con extrema claridad en uno de sus titulares: "Catalunya pasa de ser la locomotora al furgón de cola de la economía". Una situación que, de no superarse, afectaría, según la AIReF, al conjunto de España. Poco importa que Standard & Poor's haya subido el rating de España, el mal está hecho, y si no se remedia irá a más.
El cierre con piquetes violentos de las vías de entrada a Barcelona o la autopista AP-7, que enlaza Cataluña con Francia, o la imagen de la estación de Sans con los pasajeros pasando entre fuerzas antidisturbios, tendrá a buen seguro impacto en el turismo y el comercio. Nadie quiere verse envuelto en escaramuzas callejeras, ni encontrarse durante horas detenido en una carretera. Lo que se empieza a denominar como la batasunización de Cataluña, a través de personas de los Comités de Defensa de la República, o de miembros de Arran, que ha obligado a poner especiales medidas de seguridad a jueces y políticos no independentistas, añadirá al final más perjuicios a la convivencia y a la economía.
Mientras tanto, los políticos capaces de cambiar la situación, situados en la dirección de ERC, PdCat y la CUP, siguen a lo suyo. Nadie diría que buscan el bienestar de los ciudadanos que representan. En su guerra particular están en lo contrario, pensando que dejar correr la violencia y aumentar las presiones cambiará las decisiones judiciales en un país, como el nuestro, donde, con sus defectos, existe separación de poderes. Estos políticos que solo atienden a sus intereses personales, parecen perseguir una estrategia de crispar aún más los ánimos.
Es evidente que poco les importa la salida de miles de empresas de Cataluña, o que la deuda catalana siga creciendo de forma exponencial; aspectos quizás menos graves que el deterioro social que ya ha llegado a las familias y a las relaciones personales.
Nadie habla de esto, pero bien lo conocen los que han visto rotas sus relaciones familiares o de vecindad, a causa de los que están a favor del independentismo y los que abogan por continuar con el tradicional seny catalán, que nunca se debió perder. No es ya una cuestión de España o Cataluña, se trata de la convivencia pacífica entre las personas.
También parece que lo más importante en Barcelona sea quitar el nombre de una calle a un almirante español que, entre otros muchos escenarios bélicos, luchó en la Guerra de Cuba acatando, contra su voluntad, las órdenes que le daba el Gobierno de entonces. A la vez que, desde la Alcaldía, se ponen todo tipo de trabas a nuevas actividades económicas.
Baste el ejemplo de una multinacional de origen catalán que se vio obligada a mover uno de sus negocios a un municipio cercano a la capital, ante los frenos que le ponía la actual alcaldesa. Por no hablar de otras compañías que dejaron de invertir por la constante negativa a comenzar allí sus actividades. Y si no, paseen por algunas zonas de Barcelona y notarán el deterioro que ha sufrido la ciudad en los últimos años.
Mientras, asistimos con estupefacción a los movimientos y forma de vida de alto standing del expresident catalán en Bruselas, Carles Puigdemont, ahora retenido en una prisión alemana.
Un caso que añade más leña al fuego al deterioro institucional catalán, que se une a los indudables perjuicios que esto ha traído a la economía catalana, sin olvidar los múltiples casos de corrupción alentados en el pasado desde altas instancias políticas de la Generalitat.
Con esta situación, y a falta de un Govern que mire primero los intereses de los catalanes, se va caminando hacia un mayor deterioro en las instituciones, en la economía y en la convivencia, algo que tardará años en volver a la normalidad. Y
a vimos mucho de esto en forma extrema en el País Vasco, y mucho saben de ello los propios vascos, esperemos que esto no suceda nunca en Cataluña