Firmas

Un muerto a medias (I)

  • Tras consumarse el trasvase de soberanía, queda el problema de su aplicación
Manifestación por la unidad de España, en Madrid. Foto: Efe.

Desde las covachuelas creadoras de opinión, el estatus lanza un mensaje que, por desgracia, determinados sectores de la izquierda europeísta e ingenua, comparten, llegando incluso a defenderlo: la muerte del Estado en aras de una supranacionalidad en la que las decisiones económicas queden en manos de un Gobierno técnico, expresión de la más ortodoxa racionalidad. La unidad-mundo que el proceso aventura, parece colmar las antiguas y más venerables utopías. El fin de la Historia.

Lo que ocurre es que el Estado-Nación ni ha muerto ni tampoco desea el proceso de mundialización de matriz capitalista que rige en la actualidad en el mundo. Para empezar, en el origen de los procesos de integración, las fuerzas políticas, sindicales e ideológicas con amplia presencia o influencia en los resortes e instituciones del Estado han sido y siguen siendo las impulsoras de múltiples procesos políticos de adecuación económica y jurídica a la nueva situación mundializada. Aprobaciones en los parlamentos, consensos políticos y sociales, hegemonía ideológica ejercida a través de los diferentes medios de comunicación, tratados internacionales, referéndums, consultas, etc. Son actividades de estricta manifestación de la voluntad de quienes han accedido a las funciones políticas mediante el voto de todos los ciudadanos o tienen el explícito reconocimiento institucional como organizaciones fundamentales para vertebrar la participación política.

Pero una vez consumado el trasvase de soberanía a las diversas instituciones o múltiples organismos técnicos encargados de ejercer la gobernanza fáctica en materia económica, presupuestaria y de otras índoles múltiples y variadas, queda el espinoso y grave problema de su aplicación en el ámbito jurídico-político que las poblaciones tienen como referencia electoral y sobre todo como ámbito jurídico, emocional y cultural destilado por la Historia común. Y es entonces cuando el Estado, transformado en fiel ejecutor de las decisiones de aquellas instancias técnicas, adquiere una importancia trascendental para el funcionamiento del entramado mundial, que aún se encuentra en una temprana etapa de construcción.

A pesar de ello, ¿es posible reinvertir el proceso o al menos cambiar los fundamentos económicos, sociales, políticos y jurídicos que lo informan o estamos ante algo inexorable e irreversible? Creo que se puede alterar el curso actual de las cosas, pero a condición de que el muerto fingido renazca del letargo y con otros criterios.

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