
Cuenta Yanis Varoufakis en sus Memorias que siendo recién nombrado ministro de Economía del Gobierno de Grecia comandado por Alexis Tsipras, acudió a una reunión del Eurogrupo para plantear el programa económico con el que la coalición de izquierdas llamada Syriza ganó ampliamente con un 35,4% las elecciones legislativas de enero del 2015 en el país heleno. Al terminar su concienzuada exposición, Wolfgang Schäuble, ministro de Economía de Alemania lanzó con la fuerza de un exabrupto la afirmación de que "la democracia no podía imponerse a la economía".
Ya en 1994, Hans Tietmeyer, presidente del Deutsche Bundesbank, había afirmado que "los políticos debían acatar los dictados de los mercados". En otras palabras: el voto tiene unos límites fácticos muy claros, que no se pueden traspasar. Y aún antes, en 1975, la Comisión Trilateral aconsejó incentivar la abstención electoral para evitar que los gobiernos electos se sintiesen respaldados y tentados de hacer políticas económicas con demasiadas concesiones sociales.
Por su parte, Friedrich von Hayek (1899-1992), economista de la Escuela de Viena y el mayor contradictor de John Keynes, defendió en su obra Camino de servidumbre la necesidad de superar los Estados en aras de una federación interestatal cuya mayor función sería la de fijar la filosofía económica que los entes estatales deberían limitarse a obedecer aunque conservaran la responsabilidad sobre los asuntos internos. Ante esta afirmación, surge una pregunta casi de inmediatamente: ¿Acaso la economía no es ya un asunto muy interno?
Una de las claves del asunto estriba en que el Estado y el Gobierno que en cada momento lo administra, recibe su legitimidad del pueblo y éste exige el cumplimiento de las promesas electorales y el desarrollo de los contenidos de cada constitución nacional.
La otra no es otra que la utilización de la palabra economía con un solo y único ámbito de significación: la del mercado capitalista, la competitividad y el crecimiento sostenido, erigidos en una dogmática que no admiten cualquier otra visión de la economía que no sea la propia que dicta el capitalismo.
Esta dicotomía fraudulenta entre economía o democracia es la que, hoy por hoy, debería estar en todas las agendas de análisis, discusión y divulgación de los partidos políticos, los sindicatos, los intelectuales, las organizaciones culturales y hasta la sociedad, aunque sea por simple cultura democrática.