
En los últimos años hemos asistido, casi impasibles, al resurgimiento del nacionalismo en tintes que creíamos desaparecidos ya por la vacuna de la Segunda Guerra Mundial. Pero la historia sigue enseñando, -aunque todavía es pronto para entender hasta qué punto sigue repitiéndose-, y nos muestra ahora cómo el nacionalismo, tras el referéndum en junio de 2016 en el Reino Unido y las elecciones presidenciales en EEUU, ha vuelto con fuerza en 2017 en los países occidentales, sin duda, para quedarse, ya que las ideologías ni se establecen fácilmente, ni se olvidan pronto.
Se ha tratado de una ola que ha sacudido instituciones y equilibrios, tanto internacionales como nacionales. Encontramos a partidos ideológicamente nacionalistas gobernando en Polonia, Hungría, Eslovaquia, Chequia, y coaliciones que los incluyen en Holanda, Bulgaria, Letonia o Finlandia, donde sigue en el gobierno una facción de los verdaderos finlandeses, o que persiguen programas electorales claramente nacionalistas.
Dominan en Austria y son las fuerzas más importantes en los cinco Länder orientales de Alemania. En Bélgica, el principal partido de la coalición de Gobierno es nacionalista-flamenco. Podríamos seguir hablando de lo que ha significado Le Pen para muchos franceses en las pasadas elecciones presidenciales, o de Dinamarca, donde el Gobierno se sostiene gracias al voto externo del partido nacionalista del pueblo danés, por lo que la agenda nacionalista consigue condicionar al Gobierno incluso desde la oposición.
Los nombres de estos partidos, y sus programas, apelan a sentimientos patrióticos, homenajean al pueblo, prometen desarrollo poniendo un freno el proceso de integración europea y siguiendo esquemas iliberales, llegando en muchos casos a acariciar teorías autárquicas que recuerdan a otras épocas, auténticos fantasmas del pasado que vuelven con sábanas nuevas, modernas, digitales.
La ola sigue expandiéndose en países como Italia, como se ha visto en las recientes elecciones. E incluso siendo el caso español un caso distinto, por la ausencia de una derecha anti-europeísta, por supuesto el fenómeno puede crecer también en España, tanto fuera como dentro de Cataluña, donde el desapego a las instituciones europeas va creciendo por la falta de respaldo de Bruselas hacia el independentismo estelado.
Por un lado, su empuje se explica por la llegada de inmigrantes extracomunitarios que en boca de estos partidos se transforman en chivos expiatorios de los males de la crisis (Italia y Europa del Este). Por otro, algunos líderes nacionalistas han intentado proponerse como paladines de los movimientos anti-casta y anti-corrupción e ineficiencia (Alemania, Francia e Italia). En ambos casos, se apoyan en una crítica populista que tiende a cabalgar sobre conflictos existentes y miedos, exasperándolos y prometiendo grandes cambios gracias a rupturas institucionales y la aplicación de nuevos esquemas político-económicos simplistas.
Italia es el paradigma de la desconfianza hacia la clase política corrupta, mafiosa y, con una economía estancada y la continua llegada de inmigrantes a sus costas, es el laboratorio ideal para la política cortoplacista, los antisistema y el populismo que fomenta el odio entre colectivos, porque cuando la política se convierte en espectáculo, los perfiles técnicos, las teorías moderadas y las propuestas de reformas graduales se convierten en grises ante los ojos del público votante.
Como nos enseñan los sociólogos y politólogos Stein Rokkan y Seymour Martin Lipset, las polarizaciones nacen y se establecen sobre la base de ejes conflictivos. Europa ha sufrido mucho en los últimos años por la crisis que ha azotado en mayor o menor medida a todos los Estados miembros, dando nuevos argumentos a ideologías y partidos nacionalistas.
Para que la ola no siga propagándose, inundando el continente, y para que las instituciones de la Unión Europea puedan seguir fortaleciéndose, estas tendrán que construir diques, contra el populismo, contra los políticos irresponsables, contra la desinformación y la xenofobia, contra las divisiones internas y la polarización de nuestra sociedad, y en defensa del sistema democrático.