Firmas

La nueva Guerra Fría

  • La dependencia de Europa sobre la energía rusa se verá agravada
Foto: Dreamstime

Existe una nueva Guerra Fría distinta a la que existió entre el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética. Hoy el conflicto es muy aparente entre Estados Unidos y Rusia o, más concretamente, entre la Alianza Atlántica (OTAN) y Rusia, que se complementa con otras tensiones que vienen de China, que busca ser la nueva gran potencia global del siglo XXI. Se dan así dos ejes distintos que, de alguna manera, confluyen.

Por un lado, están Rusia y Estados Unidos, donde se encuentran involucrados el resto de países europeos por su pertenencia a la OTAN. Países con diferentes sensibilidades; pues no es lo mismo mirar hacia Rusia desde España, Italia o Francia, que hacerlo desde Polonia o desde las repúblicas bálticas. En estos últimos casos pesan aún demasiado los años que pasaron dentro del Pacto de Varsovia bajo la dominación rusa. Por otro lado, está la relación Estados Unidos-China, amable quizás en el papel, pero que encierra tensiones no menores, tanto de orden militar como económico.

Las tensiones con Rusia vienen de largo, desde que se hundió la Unión Soviética. Estados Unidos creyó que era el momento de empujar a Rusia dentro de sus fronteras, para lo que comenzó un camino en paralelo con la Unión Europea. Por un lado, comenzaron a incorporarse a la OTAN la mayoría de los países del eje soviético, y siguiendo esta estrategia, la Unión Europea hizo lo propio en el campo económico. Con esto, las fronteras occidentales comenzaron su movimiento hacia el este llegando casi a las puertas de Moscú, lo que sucedió con Ucrania. Desde inicios de los años 90 del pasado siglo, la OTAN firmó unos importantes acuerdos con Ucrania que incluían relaciones económicas en varios campos, en especial, la energía y la seguridad. Las tensiones llegaron al punto en que Rusia decidió intervenir. Y, en 2014, entró en la guerra civil de Ucrania de forma indirecta y se hizo con Crimea por la fuerza de los hechos. Luego vendría la intervención en Siria del lado del presidente Assad para proteger, entre otras cosas, el único puerto ruso en el Mediterráneo: Tartus en Siria, a la vez que se hacía fuerte en la guerra civil de Siria contra el Estado Islámico, tanto que los países occidentales e, incluso, Estados Unidos, están desaparecidos en la zona. Posteriormente, y casi en paralelo, comenzaron, también de forma indirecta, a actuar en las redes sociales. Una influencia que parece haber tenido su impacto en la elección del presidente Trump, a la vez que ha ido socavando la frágil unión de los países europeos en muchos asuntos, incluido el problema de Cataluña.

Por si no fuera poco lo anterior, las inversiones en tecnología militar no han dejado de crecer. Ya no es sólo Corea del Norte, sino la propia Rusia la que anuncia nuevas capacidades con el misil intercontinental Sarmat, que al parecer tiene un alcance muy superior a lo que se conocía y además es capaz de romper el escudo antimisiles americano. Lo que se complementa con los nuevos sistemas balísticos que tanto China como Rusia tienen desplegados en satélites militares girando alrededor de la Tierra.

En lo económico, hay dos elementos esenciales que se verán agravados por estas tensiones. El primero, la dependencia energética que Europa tiene de Rusia. Comparado con 2016, en 2017 la gasista rusa Gazprom suministró un 8% más de gas a los países europeos, en total, casi 140 millones de metros cúbicos. Alemania, Austria y también Francia aumentaron de forma muy relevante sus importaciones de gas. Una circunstancia que se une a la caída de las relaciones comerciales entre Europa y Rusia: en 2014 se alcanzaron los 285.000 millones de euros, mientras que esa cantidad había caído a los 181.000 millones en 2016. Los más afectados: Alemania, Italia, Austria y Lituania, que vieron muy reducidas sus exportaciones debido a las sanciones que aún existen a causa de la anexión de Crimea. Mientras, Rusia sigue expandiendo sus estrechas relaciones con otros países como Azerbaiyán, Armenia, Georgia, Moldavia, Bielorrusia y también Ucrania. Y por supuesto Venezuela, que no deja de ser un permanente problema en Latinoamérica.

¿Y qué decir de China? Lo primero, la fuerte alianza que mantiene con Rusia en el campo energético, aparte de su participación en los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Lo segundo, su importante escalada militar en las aguas del Pacífico donde ha construido incluso islas artificiales como enclaves estratégicos. Lo tercero, la alianza con Pakistán, donde comenzará a operar el puerto de Gwadar en el Índico a la salida del Estrecho de Ormuz, con una importante infraestructura energética y de vías de comunicación hacia el interior de China, en la zona más occidental. A la vez que sigue capitalizando inversiones con la nueva Ruta de la Seda hacia el interior de Europa, con un dominio económico en África y Sudamérica muy superior al de europeos y americanos. Mientras en Europa, con el Brexit en marcha, no se acaba de consolidar una visión común ante hechos que tanto afectan.

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