
De pronto me doy cuenta de la causa de la defensa del proteccionismo por Menéndez Pelayo. Sencillamente, los librecambistas españoles no eran solo librecambistas muy militantes. A ello se unía un claro liberalismo político, en España muy entroncado con el que había nacido en la vecina Francia, que planteaba políticamente acciones de todo tipo contra la Iglesia católica. Además, esta línea doctrinal aceptaba que las condiciones relacionadas con el factor trabajo se derivaban de una libertad omnímoda. Y a todo ello hay que añadir que militaban estos librecambistas en logias masónicas, una entidad, la francmasonería que, tras su nacimiento en Inglaterra por el impulso de los católicos nobles, que intentaban un replanteamiento del enlace entre la Corona y Roma, vieron cómo en las logias pasaba a existir un incremento, movido por el Gobierno inglés, de partidarios de la separación del catolicismo. Y eso fue lo que produjo la censura del Papado a la masonería. Y he aquí que, en sus diversas variantes, en las logias se tramaban disposiciones legales de franca lucha contra la Iglesia, y en esas logias, pasaban a reunirse prácticamente muchos liberales en el terreno económico.
Como consecuencia, desde Roma se buscó dónde encontrar albergue para orientar la política económica, y éste se halló en las tesis del historicismo alemán, el cual, en más de una ocasión, acabó derivándose hacia posturas favorables al intervencionismo del Estado, a la creación de entidades corporativas y, por supuesto, al proteccionismo. Y como había surgido, a partir del Manifiesto Comunista de Marx y Engels, a más de la pelea en la Internacional de la línea marxista con el planteamiento de la línea de Max Stirner-Proudhom, de la que nacería el anarcosindicalismo, la Iglesia, a partir de sus Encíclicas sociales, intentó tener otra voz diferente para impedir una fuga de las crecientes masas obreras generadas por el auge de la Revolución Industrial. Y eso pasó a justificar que la creación del mercado libre, así como del capitalismo -su derivación forzosa-, fuese considerada como algo enemigo de esa línea socialcatólica que, sobre todo en la encíclica Quadragesimo Anno, se intentaba que fuese muy atractiva. De ahí procedió todo un planteamiento nacionalista en lo económico y, por ello proteccionista, corporativista, partidario de huir de la libertad de mercado, que se centró en las aportaciones de Manoilescu, y que en España encontramos en toda la línea de política económica del partido conservador, de Primo de Rivera y de la CEDA.
Pero frente a eso se había generado, en el ámbito de serios economistas católicos, una reacción que se acabó plasmando en la Escuela de Friburgo de Brisgovia, desde luego también como reacción ante el nacionalsocialismo y los planteamientos totalitarios. Y el golpe de timón lo dio, de modo definitivo con la encíclica Centesimus Annus San Juan Pablo II, tras, además, reunirse con un conjunto muy amplio de excelentes economistas de todo el orbe, convocados por su valía, no por ser católicos, que la mayoría de los reunidos no lo eran.
Así es como formuló la vuelta a la ortodoxia de la ciencia económica, tras toda esa marcha en búsqueda del camino a lo largo de los siglos XIX y XX.
La nueva etapa está clara en esa encíclica, donde se leía: "Si se entiende por capitalismo un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo del comercio, del mercado, la propiedad privada y la consiguiente responsabilidad sobre los medios de producción, así como una creatividad humana libre en el sector económico, la respuesta ciertamente será afirmativa, aunque fuera quizá más acertado hablar de 'economía comercial', 'economía de mercado', o simplemente 'economía libre'. Ahora bien, si por 'capitalismo' se entiende un sistema donde la libertad del sector económico no queda contenida por un marco jurídico firme que la coloque al servicio de la libertad humana en su totalidad y la perciba como un aspecto particular de esa libertad, el meollo de la cual es ético y religioso, entonces la respuesta es claramente negativa".
De ahí mi réplica a nada menos que tres páginas de la publicación católica Alfa y Omega, donde se condenaba todo capitalismo, ignorando el mensaje, clarísimo, de Juan Pablo II. Envié una réplica inmediatamente, y esa réplica no se publicó, ni el director de la revista, Ricardo Benjumea, que firmaba la entrada de estas tres páginas, contestó a mi carta. Por eso merece la pena señalar que cuando la Iglesia acepta ir por el camino serio, valioso, como herencia de las confusiones de los siglos XIX y XX, algunos católicos no quieren enterarse de lo que doctrinalmente está ya muy claro, y que por ello tienen que abandonar la herencia derivada de una lógica y humana reacción a cuando esa postura de libre mercado se unía a otra francamente anticlerical.