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Sin ideas claras sobre la eurozona

Foto de archivo

¿Una unión bancaria? ¿Un único Ministerio de Finanzas con poder sobre los impuestos y el gasto en todo el continente? ¿Un tipo impositivo común para las empresas, que recaude miles de millones en ingresos que se puedan gastar para equilibrar las fluctuaciones regionales de la demanda? Hay casi tantas ideas para arreglar la zona euro como miembros de la moneda única. De hecho, aparecen nuevas constantemente. Solo esta semana, un Fondo Monetario Europeo, inspirado en el FMI, se ha ganado el apoyo de Christine Lagarde, que tal vez espera un trabajo, una vez que se le acabe su actuación en la versión de Washington.

Sin embargo, hay un problema con todas ellas. La eurozona no puede solucionar sus problemas hasta que se ponga de acuerdo sobre lo que primero salió mal. Un nuevo y fascinante artículo examina las diferentes maneras en que se explicó la crisis en los principales países. Los alemanes culparon a los griegos. Los franceses culparon a todos, excepto a la UE y al BCE. Los italianos culparon a sus vecinos, por molestar a Italia, mientras que los españoles culparon a los españoles, por gastar demasiado durante el boom. La conclusión es obvia. Hasta que no haya algún tipo de consenso sobre lo que salió mal en la zona euro, nadie podrá ponerse de acuerdo sobre cómo arreglarlo. Y eso significa que, cuando vuelva la crisis, como seguramente pasará algún día, será todavía peor. A primera vista, el euro parece estar en mejor forma que nunca, desde poco después de su lanzamiento. Ha estado subiendo en los mercados de divisas, alcanzando los 1.24 dólares frente al billete verde. La economía está creciendo a una tasa anual considerable, del 2,7%, la más rápida en una década. El desempleo, finalmente, está empezando a bajar, cayendo al 7,3% en toda la zona el mes pasado. Los rendimientos de los bonos están bajo control. La marea del populismo, con partidos como el Frente Nacional de Francia y el Partido de la Libertad de los Países Bajos, que amenazan con retirarse de la moneda única, parece haber disminuido. Demonios, incluso los griegos lo han estado haciendo un poco mejor. Los días en que cada fin de semana se vivía otra reunión dramática de crisis nocturna en Bruselas, y otro paquete de rescate, hace tiempo que han quedado relegados al pasado. El euro parece estable y un poco apagado, lo que sin duda es un gran alivio para todos, en Bruselas y en Fráncfort. El problema es que no se ha corregido ninguna de las fallas que casi destruyeron la moneda única en 2011-13. Es cierto que se han propuesto muchas ideas para intentar que funcione me- jor. El presidente francés Macron ha hecho la mayor parte de la campaña, con sus propuestas para un Ministerio de Finanzas de la eurozona, con poderes sobre impuestos y gasto en todo el continente, respaldado por un Parlamento, para que los miembros de la moneda única le den algo de legitimidad. Jean-Claude Junker ha presentado sus propias propuestas, que curiosamente parecen implicar la entrega de mucho más poder para él y sus colegas burócratas en Bruselas. Lagarde propone un Fondo Monetario Europeo, basado en el mecanismo de rescate existente, que, al igual que el FMI, tendría el poder de intervenir con ayuda de emergencia la próxima vez que se produjera una crisis en Grecia, Portugal u otros países. Todas ellas son suficientemente dignas. Independientemente de si se piensa que el euro es un proyecto fundamentalmente viciado, que seguramente se derrumbará algún día bajo el peso de sus propias contradicciones, o un noble experimento que todavía puede florecer con algunos pequeños retoques (estoy en el primer bando, si alguien está interesado), no hay duda de que podría funcionar mejor de lo que lo ha hecho en los últimos diez años.

Las bancarrotas constantes, incluso en países ricos como Irlanda, y las recesiones en países como Italia y Grecia no son un gran anuncio para ningún sistema monetario. Ciertamente, esto no tendría que haber sido así. De hecho, el euro debía enriquecer a sus miembros, no al revés. Cualquier reforma sería ciertamente mejor que ninguna. Y, sin embargo, el verdadero problema no son las ideas en sí mismas, sino los relatos contradictorios de lo que salió mal en su día. El Instituto Bruegel, con sede en Bruselas, ha publicado este mes un fascinante análisis de cómo se ha retratado la crisis en los diferentes medios de comunicación nacionales de los principales países implicados. Analizó los principales periódicos de cada país, como Le Monde en Francia o el Süddeutsche Zeitung de Alemania, viendo cómo retrataban la crisis a medida que se desarrollaba. La cobertura era tan diferente, que podrían haber estado reportando eventos completamente diferentes. En Alemania, se culpó a los griegos de gastar demasiado dinero de los demás y, en menor medida, al BCE por no mantener la disciplina y el control. Fue culpa de todos los demás, a excepción de la propia Alemania, que resultó ser totalmente irreprochable (a pesar de tener un superávit comercial masivo que absorbió la demanda de toda la zona). Al otro lado de la frontera, en Francia, se percibió como parte de un declive general del prestigio nacional, con casi todos culpables, salvo el BCE y la UE, que estaban en gran medida exentos de críticas. En Italia, que estaba justo en el centro de la crisis, se veía como un ejemplo más de todos los que se metían injustamente con los pobres italianos. Mientras tanto, en España, se veía como un resultado natural del salvaje exceso de gasto durante el boom que precedió a la caída -a su favor, los españoles fueron los únicos que pensaron que podría ser culpa suya y no de alguien más-.

Sin embargo, lo importante es que hay explicaciones muy diferentes sobre lo que salió mal en cada uno de los principales países. Y si el citado informe hubiera mirado a los medios de comunicación griegos o irlandeses, sin duda habría visto otra versión de la crisis. Esto es relevante. Cada país tiene su propia explicación, y por lo tanto su solución preferida. Los alemanes piensan que la zona euro solo necesita más disciplina, los franceses que se precisa una reforma fundamental con más poder para Bruselas, los italianos, que todo el mundo debería ser un poco más amable con ellos y los españoles, que necesitan mayor moderación en casa. Son soluciones muy diferentes. Y parece inevitable que los líderes de la zona no van a hacer ninguna reforma seria hasta que puedan encontrar una sola explicación, para luego abordar esos temas.

En este momento, la crisis parece haber desaparecido. Pero se ha visto principalmente enmascarada por una avalancha de billetes impresos del BCE y una recuperación económica cíclica. Cuando se bajan las tasas de interés a cerca de cero, y se pone en circulación 1,2 billones de euros de dinero recién acuñado, no es sorprendente que se tenga un 2,7% de crecimiento. Sería más preocupante si no se lograse. Y, sin embargo, una vez que la economía caiga, la crisis volverá con venganza. Y a menos que se pueda llegar pronto a un cierto consenso, ninguno de los problemas habrá sido resuelto, lo que significa que la crisis será mucho peor la próxima vez.

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