
Muchos ciudadanos españoles descontaron el domingo todo lo que iba a ser dicho, escrito y tuiteado cuando conocieron el arrebato españolista de la cantante Marta Sánchez en el Teatro de la Zarzuela de Madrid. La sinceridad de una cantante a la hora de transmitir sus sentimientos, algo loable y hasta deseable en cualquier artista, iba a verse a buen seguro sometido a un escarnio, la costumbre infalible en estos casos hacía presagiar todas y cada una de las valoraciones amistosas que ha tenido, así como las más racionales pero igualmente negativas. No es nada nuevo en este país inacabado llamado España que se menosprecie públicamente a quien muestra apego o reconocimiento por el país en el que vive y por sus símbolos. Por esto entre otras cosas despertamos admiración en los países amigos: no hemos conseguido destruir aún un país al que maltratamos con verdadero empeño.
La novedad ha sido esta vez que además del escarnio y la ridiculización, el arranque de españolismo ha tenido notables y masivos apoyos. Superiores cuantitativamente a simple vista a las descalificaciones. Incluidas las de dirigentes políticos que calcularán el beneficio que les puede reportar un comentario elogioso hacia este gesto antes de presionar el botón de publicar. Esta novedad no se habría producido antes del otoño de 2017, el momento más grave y preocupante de la historia de la democracia española, ya no tan joven. Como ya concluimos en aquellos días de ilegalidades, el independentismo catalán ha sido la mayor fábrica de españolistas vista en cuarenta años, Mundial de Sudáfrica incluido.
Esta vez ha brotado algo que antes del golpe a la legalidad cometido en la comunidad autónoma catalana estaba aletargado. La letra que Marta Sánchez ha escrito para el himno, un ejercicio sin pretensiones de perpetuarse según su autora, resulta que ha emocionado a millones de personas. Y los medios de comunicación, incluso los más sarcásticos con la idea de España, han asistido a esa aceptación popular. En la mera aceptación del debate sobre la necesidad de una letra que ahorme nuestro símbolo musical, todos los críticos han reconocido el acierto de este episodio.
Tal vez sea demasiado pronto para el empeño. Posiblemente no veremos a pequeños grupos de jóvenes, más tarde grandes masas, cantando el texto de Marta bajo los acordes de la Marcha Real.
No ocurrirá probablemente esta vez, pero llegará un momento en que alguien emprenderá esta empresa de dotar al himno de una letra y la mayoría de los ciudadanos la entonarán para probar su encaje, y se pondrá en marcha un cambio incluso constitucional para incluir sus versos entre los símbolos del país. La emoción que transmiten los grandes artistas como Marilyn Horne, Beyonce, Whitney Houston o Alicia Keys al interpretar en los grandes eventos The Star-Spangler Banner, o la que transmiten los grandes deportistas cuando tararean La Marsellesa o Il Canto degli Italiani, sólo podrá alcanzarse en España dotando al himno de una letra a su altura.
Y que aquellos que prefieran renegar de ese que sería nuevo símbolo continúen haciéndolo con absoluta libertad, pero ya en franca minoría.