Donald Trump cumple un año en la Casa Blanca. Lo más amable que se puede decir es que ha demostrado ser errático, impredecible y veleidoso. Amén de poco efectivo. Pese a controlar los republicanos ambas cámaras, el mandatario ha visto frustradas muchas de sus iniciativas. Su veto migratorio a ciudadanos de países musulmanes, su proyecto de construcción de un muro fronterizo con México y el desmantelamiento del Obamacare son ejemplos de lo que pudo ser aprobado por el Legislativo, pero fracasó. La reforma tributaria, una aspiración del establishment republicano, es su único logro en política interna hasta ahora.
Eso sí, designó a Neil Gorsuch para ocupar la vacante de Antonin Scalia en la Corte Suprema de Justicia. Su nombramiento restaura la mayoría conservadora en la Corte Suprema, donde desde la muerte de Scalia había un empate por la presencia de cuatro jueces conservadores y cuatro progresistas. Trump ya dejó una huella en la Justicia que va más allá de Gorsuch. A mediados de diciembre, los republicanos en el Senado confirmaron al duodécimo juez para alguno de los tribunales de apelaciones. Cifra nunca vista para un presidente en su primer año.
En su administración se ha producido un número de bajas a todas luces excesivo. Michael Flynn renunció tras solo 23 días como asesor de Seguridad Nacional, salpicado por la trama rusa. Katie Walsh fue destituida tras ser identificada como responsable de filtraciones. James Comey, exjefe del FBI, fue despedido por Trump, también por el caso de supuestos vínculos de su equipo de campaña con los rusos. Mike Dubke dejó el cargo de director de comunicaciones de la Casa Blanca a solo tres meses de asumir el cargo, siendo reemplazado por Sean Spicer, que sería asimismo cesado. Echó a Steve Bannon, su estratega jefe, enfrentado con el "ala globalista" de su Gobierno. En estos momentos la publicación del libro Fuego y furia - despiadado retrato de la caótica Casa Blanca - del periodista Michael Wolff no ha hecho más que cimentar ese divorcio.
El Rusiagate, solo uno de los muchos escándalos que salpican la Casa Blanca, seguirá cobrándose víctimas políticas y puede acabar comprometiendo a Trump.
La relación del magnate con la prensa es una de las peores de la historia de la presidencia norteamericana. Ha optado por dirigirse a la nación mediante su hiperactiva cuenta de Twitter. Con niveles de aprobación del 40%, polariza al país entre defensores incondicionales y férreos detractores.
Su misoginia ha abierto una nueva era de protesta y activismo. Se le acusa igualmente de racista por sus coqueteos con movimientos supremacistas blancos. Por su islamofobia. O por comentarios denigrantes y ofensivos, como los recientes sobre países africanos, Haití y El Salvador.
La división afecta incluso al Partido Republicano. Algo que cobra relevancia este año con las elecciones midterm, en las que se renueva un tercio del Senado y la totalidad de la Cámara de Representantes. Las legislativas de noviembre representan un verdadero plebiscito de la gestión del atribulado gobernante.
Si a nivel doméstico el balance es malo, el efecto de su actuación a nivel global puede calificarse de pésimo. Trump piensa que el orden mundial liberal beneficia a países como China o la Unión Europea. Ha complicado sobremanera las relaciones transatlánticas. Anunció al mundo su política: "Estados Unidos, primero". Recela del multilateralismo y cuanta institución considera perniciosa para su país, que ha retirado del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica y de la Unesco. Y del acuerdo medioambiental de París. EEUU es hoy el único país del mundo fuera del mayor convenio multilateral para paliar el impacto del cambio climático. Ha dado, además, un fuerte impulso a los combustibles fósiles.
Ha brindado más libertad al Pentágono y, en cierto modo, mayor margen a los militares. El problema es que el caprichoso mandatario no escucha a sus asesores militares. Una amenaza a la seguridad global.
¿Y la economía? Con el auge del mercado de valores, la tasa de desempleo del 4,1%, el acelerado crecimiento del PIB y el nivel de confianza de las empresas algunos indicadores parecen positivos. Sin embargo, es una tendencia que - justamente - es amenazada por la actual presidencia.
La recuperación viene desde 2010. Y hay datos preocupantes: reducción del número de puestos de trabajo creados y débil crecimiento de los salarios. El Departamento de Trabajo ha revocado varias regulaciones que protegían a los trabajadores: pago por horas extras, seguridad y salud, entre otros. En realidad, lo que se ve es una serie de pasos encaminados a llevar el dinero de la clase trabajadora a quienes constituyen el 1% más rico.
El 45º presidente carece de experiencia política y militar. Se han confirmado todos los temores. El descontrol continuará.