Firmas

La noche de fin de año en las televisiones

Está muy bien reírse de todo, hasta de Cataluña, pero el show de José Mota en La 1 tiene más voluntad que gracia y, salvo algún destello, va escaso de buenos chistes. Eva González y Carlos Latre, pareja con menos química que un huevo y una castaña, a duras penas sirvieron como pegamento para unir actuaciones enlatadas hasta conectar con la Puerta del Sol.

Eva triunfa en Masterchef a pesar de una falta de salero evidente, siendo sevillana, y a pesar también de ese sufrido esfuerzo que hace para pronunciar las eses finales como si no fuera andaluza, lo cual da una sensación de impostura permanente y nos lleva a preguntarnos por qué renuncia a su maravilloso acento.

Poco antes del gran momento campanadas, llegaron los clásicos: dos personas de Bilbao que protagonizan el momento más español del año. Igartiburu, aguantando el frío con su modelazo rojo de Caprile, y Ramón García, protegido con su capa. Tufillo antiguo, pero corrección y tradición sin riesgos.

Las otras ofertas son comparsas. Cristina Pedroche y Antena 3 basan su aliciente en el destape de la vallecana. A la vez que ejerce de mujer florero, da lecciones desde su paradójica incoherencia, y lanza manifiestos contra el machismo, buenas intenciones que también ocuparon otros discursos. En Mediaset pusieron a competir a su banda de frikis, la que vertebra su oferta televisiva, con sus batallas, insultos, sus lágrimas y sus realidades paralelas.

Es la imagen de la España más hortera, más todavía que las de los otros rancios competidores. La suya es tal vez la España más expuesta a sufrir la violencia, no solo la que inventan a diario los bufones de Berlusconi y Vasile. Cuanta más educación y menos gritos en las televisiones, menos violencia social. Lo demás es postureo y marketing.

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