
América Latina atraviesa una etapa de grandes cambios. Se han producido relevos en el poder en Brasil, Perú, Argentina, Ecuador o Chile y, por si esto fuera poco, la región atraviesa una importante crisis económica ligada, por una parte a los numerosos problemas estructurales que sufren los países latinoamericanos y, por otro, al impacto de dos grandes giros recientes en los mercados internacionales: la caída del precio de las materias primas y la finalización de la etapa de dinero extraordinariamente barato.
La conjunción del deterioro económico con la proliferación de cambios políticos no es casualidad, sino que son dos aspectos que se han reforzado mutuamente, como suele ocurrir.
El agotamiento del modelo de crecimiento basado en los aumentos del gasto público, financiados por el auge del precio de las materias primas, obliga a encontrar nuevos motores que revitalicen la actividad económica regional. Las nuevas autoridades, en su mayoría están apostando por aplicar políticas de orientación más ortodoxa y por impulsar la apertura de sus economías al mercado exterior.
A estos problemas se ha unido la incertidumbre respecto a las políticas que adoptará la Administración Trump. La influencia de EEUU en la zona es enorme, así que cualquier cambio de política económica tendrá repercusión sobre América Latina. En concreto, serán trascendentales las decisiones de Washington en materia de política comercial e, igualmente, las de la Reserva Federal serán determinantes en la evolución de los mercados cambiarios y financieros latinoamericanos.
La época de bonanza ha dejado algunos procesos estructurales significativos. Por ejemplo, el nivel educativo ha mejorado y las infraestructuras también, solventando algunos cuellos de botella que lastraban la región. No obstante, los esfuerzos de acumulación de capital físico y humano todavía se deberían mantener durante un largo periodo de tiempo para ir cerrando el retraso respecto a las economías avanzadas. Si no la región se arriesga a quedarse estancada en una trampa de ingreso medio. Con las políticas económicas adecuadas y el esfuerzo de la población este riesgo se puede evitar, tal y como se observa en los casos de Chile y de Uruguay, dos naciones cuyos estándares de vida se encuentran cada vez más próximos a los de las economías desarrolladas.
El aspecto político también será clave. En 2018 se celebrarán elecciones en Brasil, Venezuela, Colombia, México, Costa Rica y Paraguay. Además, habrá un relevo de poder en Cuba. La fortaleza de la recuperación económica será una de las claves en dichos comicios. Igualmente, el resultado de las elecciones tendrá efectos importantes sobre las políticas que se adoptarán y, por lo tanto, sobre el ritmo de la recuperación.
En cualquier caso esta recuperación no será sencilla. Se verá lastrada, entre otras cosas, por la delicada situación de las cuentas públicas, y afronta también retos importantes. Entre ellos destaca el posible auge del proteccionismo en el escenario internacional, ya que los países más dinámicos de América Latina han situado a la apertura exterior en el centro de sus políticas económicas. Además, como la demanda interna afronta un ajuste ligado a la consolidación fiscal, el mercado externo se presenta como la alternativa necesaria y natural para impulsar la actividad económica.
El periodo actual, en definitiva, es un momento de grandes cambios, de moderadas expectativas de recuperación pero, sobre todo, de incertidumbre.