
Según datos que ya suministraba elEconomista el 14 de octubre de 2017, más de 500 firmas se habían marchado desde el referéndum del 1-O de Cataluña. Una de las reacciones de esto la manifestaba así el vicepresidente de CEOE y presidente de Cepyme: "Los empresarios no se han ido, les ha echado la Generalitat". Y se acompañaba de una estimación referida a las consecuencias inmediatas que esto originaba, efectuadas por Jorge Bou, presidente de Empresarios de Catalunya, quien manifestaba que "se han perdido... 7.000 millones de PIB, mientras que Madrid ha recuperado 4.000 millones y Valencia 2.500 millones. Estamos por detrás, por primera vez, del PIB de Madrid que yo tenga memoria, cuando Cataluña tiene un millón más de habitantes". Y, naturalmente, recordaba así lo sucedido, bien recientemente en Canadá: "Tenemos el precedente de Quebec, de donde se fueron 700 empresas y pocas volvieron, y sufrió una caída del PIB del 15%". Y añadía: "El primero en tomar la decisión, el Sabadell, y luego CaixaBank, han hecho lo que tenían que hacer para tranquilizar a sus impositores; si han hecho esto es porque hay un peligro; pero han atemorizado a muchos empresarios. Parecen ser miles de empresas las que se deslocalicen si esta sangría no se corta, porque el nacionalismo está desangrando económicamente a Cataluña".
Todo eso es cierto, pero ¿dónde se encuentran a partir del siglo XIX, las raíces de ese nacionalismo catalán, cuando simultáneamente se sembraba en todo el mundo simientes vinculadas al nacionalismo, de las que se derivaban planteamientos nacionalistas por doquier?
Es conveniente, por eso, repasar la historia económica española y observar lo que simultáneamente sirvió de abono para que de ellos naciesen, cada vez más poderosas, esas plantas dañinas, de modo colosal, para la prosperidad de Cataluña, y también para la de toda España, que son los movimientos separatistas.
El que esto haya fructificado en España, cuando, respectivamente, lo borraron, en Alemania, Adenahuer, en Francia, Schuman, y en Italia, De Gasperi, llama la atención. Pero a esa posible ignorancia de muchos políticos se unió algo que existía en la historia económica y que ahora conviene tener muy presente. Me refiero a un juego peligroso, que debe enmarcarse en el ámbito de los prohibidos, que emprendió el mundo empresarial de Cataluña.
Y el inicio se encuentra con que en esta región, y no solo en ella, por supuesto, un amplio conjunto de hombres de empresas españolas, acogió negativamente, toda idea de competir en un mercado abierto, y ello tanto en el mercado internacional como en el nacional. Desde luego, la comprobación es algo molesto. Cuando tiene lugar, como señaló para siempre, en 1850, Von Thünen, "en las épocas en que los cambios de la coyuntura económica ocasionan grandes pérdidas en los negocios, y tanto el patrimonio como el honor del empresario se hallan en juego, su espíritu está dominado por una sola idea: ¿cómo evitar la desgracia? Y el sueño huye de su lecho... Pero las noches de insomnio del empresario no son improductivas. En ellas concibe planes y encuentra ideas para evitar la desgracia... porque únicamente surgen cuando todas las fuerzas espirituales alcanzan la máxima tensión... La necesidad es la madre de los inventos, y así, también el empresario se convierte, por sus angustias, en inventor y descubridor dentro de su esfera". Ese era el sendero que surgió con mercados libres y abiertos, pero el mundo empresarial catalán y repito, no sólo el catalán decidió seguir otro camino.
El singular de Cataluña buscó, en ese sentido, romper la economía libre de mercado, incluyendo la búsqueda derivada, incluso, de actividades monopolísticas. Nos lo había señalado Bernis en Fomento de las exportaciones, cuando expone el papel desempeñado, por ejemplo, por la Mutua de Fabricantes de Tejidos, combinado con medidas proteccionistas frente a la competencia procedente del exterior. Pero, en principio, no era fácil conseguir esto.
El triunfo del liberalismo político frente al absolutismo acarreaba la vinculación con las tesis librecambistas con el exterior y de mercado radicalmente abierto en el interior. Y fue justamente en ese momento cuando floreció en toda Europa la idea de nacionalismos románticos, ¿el Gobierno, ante un riesgo secesionista, no ampararía esas medidas ajenas a la economía libre?
El juego comenzó con rapidez, y la preocupación de los Gobiernos de Madrid pasó a ser el aparentemente adecuado. También en otro sentido, la producción industrial de Cataluña no se generaba, precisamente, en instalaciones con el último grito de innovación técnica. El beneficio sólo podía aumentarse con remuneraciones bajas y condiciones duras en el aspecto laboral para los asalariados. Pero en 1848 había surgido la Internacional, que en Cataluña, facilitada por esas duras condiciones laborales, que recientemente se acaban de exponer en relación con el trabajo de niños y mujeres en la Revista de Historia Industrial de la Universidad de Barcelona, se acabó provocando un fuerte incremento del anarquismo más violento y sangriento.
El juego comenzó ahí y así: o proteccionismo sumado a tolerancia ante actividades gremiales monopolísticas, y ante facilidades crediticias con tolerancia ante irregularidades bancarias catalanas. ¿Cuál es la raíz de la Ley de Suspensión de Pagos creada por Bertrán i Musitu como ministro de Gracia y Justicia, en 1922? Todo esto culminó con Cambó, y su papel para liquidar la preocupación de los Gobiernos de Madrid. Tras el grito de este político, clave en el partido catalanista la Lliga -lanzado y coreado con fuerza por los asistentes: "¿Monarquía? ¿República? ¡Cataluña!"-, es llamado por Maura y acepta el Ministerio de Hacienda, y en los años 1921 y 1922, con sus decisiones aduaneras que incluso supusieron, como demostró Valentín Andrés Álvarez una falsificación de las cifras del déficit del comercio exterior español, y con su Ley de Ordenación Bancaria, parecían mostrar las ventajas para el mundo industrial catalán de esta alianza del nacionalismo y el interés económico empresarial.
Pero este nacionalismo, no muy ducho en cuestiones económicas, ya por la II República y, desde luego, a partir de la Transición, comenzó a apartarse del planteamiento empresarial, al empaparse de mitos colectivistas, socializantes, anticapitalistas. El mundo empresarial catalán había imaginado poder proseguir el juego, acentuando posturas nacionalistas a partir de la presencia de la Autonomía en la región, y en busca de una nueva ventaja: una situación fiscal semejante a la foral del País Vasco y de Navarra.
Quizá pensasen que el carlismo también había sido fuerte en Cataluña. Pero el sendero abierto por Pujol no llevó a la situación de Cambó. El mito de la independencia se unió a la lucha contra la economía libre de mercado. Y eso es lo que ahora se ha planteado en Cataluña, como sucedió a partir de 1936. Los juegos políticos de los empresarios siempre acaban mal.