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Efectividad de los 'ciberataques' políticos

  • Se ha pasado de robar información confidencial a manipular votantes
Foto: Archivo

No hace falta explicar mucho la efectividad de los hackers y su capacidad para robar masivamente información en miles de ordenadores, o poner fuera de servicio complejos sistemas de comunicaciones.

En los primeros seis meses de 2017, la revista Wired informaba de graves desastres informáticos debidos a ciertos hackers. Allí estaba el misterioso grupo Shadow Brokers que había infectado los sistemas Windows de la poderosa National Security Agency; los denominados WannaCry que, el 12 de mayo pasado, destrozaron cientos de miles de ordenadores de compañías eléctricas, hospitales, etc.; el Petya, incluso más poderoso que el anterior; y el siempre peligroso Wikileaks, que se hacía responsable del robo de 8.761 documentos de la CIA mediante el software Vault-7, capaz también de robar una batería de virus, troyanos y otros programas, que la propia CIA utilizaba en sus ataques cibernéticos contra ciertos objetivos.

Nadie está libre de sufrir tales ataques. Ni las personas concretas, ni las empresas, ni los Estados. Sobre todo si estos representan algún tipo de peligro geopolítico. Sirva como ejemplo los ataques que sufrieron los cajeros automáticos en Kiev, la capital de Ucrania, el pasado 12 de junio. Un ataque que paralizó todo el sistema bancario del país, y cuya "infección informática" se desplazó a otros lugares: fallaron los ordenadores de la central nuclear de Chernóbil, los de la compañía farmacéutica Merck y los de la empresa danesa Maersk; también sufrieron daños los de la fábrica de chocolates Cadbury en Australia. Aunque fueron afectados los ordenadores de algunas compañías rusas, Ucrania apuntó a Rusia como origen de los ataques. Son miles los ciberataques diarios, y millones las personas afectadas. También son miles las empresas y organizaciones que los sufren. A veces se controlan y no tienen ningún efecto, y otras, muchas, más de las que se tiene noticia, destrozan sistemas informáticos o roban masivamente información confidencial.

Últimamente, sin embargo, ha surgido con insistencia otro tipo de ciberataques que se refieren a la manipulación de las voluntades de las personas, incluidos los votantes en países democráticos. Normalmente, en Europa o Estados Unidos, apuntando a Rusia como su origen. Algo siempre desmentido por las autoridades de aquel país.

Surge entonces la pregunta de si eso es posible. Ya que parece ciencia ficción que alguna voluntad desconocida nos induzca a meter en la urna el voto que no queremos, a desestabilizar políticamente un país democrático simplemente lanzando tweets o incluyendo ciertos comentarios en Facebook, o simplemente obligarnos a comprar el producto que no queremos. Estaríamos entonces en un nuevo modelo de manipulación a distancia de las conciencias y de las voluntades.

Para comprender si esto es posible hay que ir a hechos concretos. Uno de ellos, fue el "experimento" realizado por científicos de Facebook entre el 12 y el 18 de enero de 2012. Casi 700.000 usuarios estuvieron, sin saberlo, en el programa. Los científicos de la compañía americana, entre otras cosas, removieron todos los posts positivos o negativos, según el caso, para ver si eso afectaba al comportamiento de los usuarios. El resultado demostró que las emociones son contagiosas: cuando se reducían los mensajes positivos, las personas tenían la tendencia a escribir menos cosas positivas y más negativas, y al revés. Lo que les llevó a la conclusión según la cual las redes sociales permiten el contagio de las emociones.

Facebook tiene unos 2.000 millones de usuarios; YouTube, 1.500 millones; Whatsapp, 1.300 millones; Twitter, unos 300 millones. Todos ellos son entornos en los que es posible la manipulación emocional. Y aquí surge la posibilidad de influir las conciencias también políticamente, ya sea mediante el lanzamiento masivo de informaciones falsas (fake news) o utilizando métodos similares a lo ya expuestos para Facebook.

Hablando de Rusia, sirva como ejemplo la existencia en San Petersburgo de la Internet Research Agency, en la que supuestamente trabajan unos 400 hackers, muy bien pagados. Se trata de unos expertos trolls, como así se denominan, cuya función consiste en lanzar noticias en las redes sociales más conocidas. No importa la veracidad de las mismas. El objetivo es crear confusión, cuando no alarma. El 11 de septiembre de 2015, por ejemplo, surgió una enorme alarma en Luisiana, en Estados Unidos, cuando al parecer la Columbial Chemicals había tenido un accidente y los gases tóxicos se expandían sin control. El hastag #ColumbialChemicals se hizo viral. @AnnRussela lanzó fotos con las llamas saliendo de la planta. @Ksarah12 puso un vídeo con la explosión. Todo era falso, pero el daño ya estaba hecho. Es la nueva manera de manipular las emociones. Algo de esto hemos visto en España en las últimas semanas. Sin embargo, pocos Gobiernos están preparados para combatir este nuevo fenómeno que se hará cada vez más presente.

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