
El euro se llevará un buen golpe, se paralizarán las reformas, la incertidumbre causará estragos y los títulos caerán en picado. En los próximos días, esperamos oír mucho de las desgracias que deparará el estancamiento político en Alemania para los mercados y que el continente perderá a su líder más estable y con más visión de futuro si Angela Merkel no sobrevive de canciller.
Pero un momento: eso es el mundo al revés. Todavía está por ver lo que ocurrirá en Alemania, desde luego, y si habrá cambio de líder o no, pero a los mercados les vendría mucho mejor que la era Merkel acabase. Ha dejado la eurozona paralizada, ha presidido un declive fundamental de la competitividad alemana y ha permitido que el excedente comercial del país se convierta en la mayor amenaza para la estabilidad global. Sin ella, algunos de esos problemas podrían haberse arreglado en vez de archivarlos para después.
Ha tenido que pasar bastante tiempo pero cada vez es más probable que Merkel acabe perdiendo las elecciones de septiembre. Su CDU de centroderecha sólo consiguió el 32% de los votos, mientras que la ultraderechista Alternativa por Alemania alcanzó el 12,6% y los Verdes y liberales del FDP también obtuvieron buenos resultados. Ha tratado de armar la llamada "coalición Jamaica" entre el CDU, FDP y los Verdes, y no es de extrañar que no le haya salido bien. Imagínese juntar a Caroline Lucas (Verdes de Gran Bretaña), Boris Johnson (conservadores) y Nicola Sturgeon (partido nacionalista escocés) en el mismo Gobierno. Algunas brechas son tan anchas que no se pueden salvar y esta resulta ser una de ellas. Habrá que ver si llegará cojeando a un Gobierno en minoría o se verá obligada a convocar elecciones, pero de cualquier manera, Theresa May a su lado parece estar en control.
¿La echará alguien de menos? Los mercados, como es lógico, prefieren la continuidad a la alteración. Conocen a Merkel y confían en sus políticas pero a veces un cambio radical es mejor, sobre todo en Alemania ahora mismo. Veamos por qué.
Primero, el sello de Merkel de una política prudente y de consenso ha dejado a la eurozona en un embrollo. Este año le está yendo algo mejor pero sólo porque el BCE ha imprimido dinero a mansalva. Sólo hay dos destinos a partir de aquí: o se convierte en una unión monetaria real, con política fiscal común e impuestos armonizados, como ha sugerido el presidente francés, Macron, o se debería dejar que algunos países se despeguen y ayudarles a irse. Se puede sostener perfectamente el argumento de ambas opciones pero Merkel impide ambos. El resultado es el estancamiento. En el mejor de los casos, la zona seguirá a flote en una marea constante de dinero nuevo, y en el peor, los países como Grecia e Italia decaerán aún más hasta que uno de ellos decida que no le queda más remedio que irse. Sin Merkel, Alemania podría ofrecer soluciones en vez de tergiversar. Eso sería una mejora, sin duda.
Segundo, ha presidido el declive de la competitividad alemana. Está claro que Alemania exporta mucho y ha amasado unos excedentes comerciales enormes, pero eso no es precisamente una medida del éxito. Lo básico no marcha bien. La abolición apresurada de la energía nuclear ha conllevado los costes energéticos más altos del mundo (ninguna minucia en un país que depende de la manufactura). Ha introducido el primer salario mínimo del país, con la consiguiente subida del coste de la mano de obra. Los impuestos han seguido siendo altos aun con un superávit presupuestario (una de las razones por las que al FDP le fue bien en las elecciones con su promesa de recorte de impuestos).
¿Dónde está el liderazgo alemán en Internet o en las tecnologías emergentes de la robótica o la inteligencia artificial? Es extraordinario que la cuarta economía del mundo y paladín de la primera y segunda revolución industrial no haya producido una sola empresa de webs que conozcamos. Para arreglarlo, el país necesita desesperadamente políticas que favorezcan el crecimiento y el emprendimiento, pero Merkel no está dispuesta. En su lugar, el país se ha apoyado en una moneda artificialmente barata (el euro) para mantener el crecimiento). A largo plazo, no es sano.
Por último, el excedente es inmenso. Merkel ha permitido que crezca hasta nada menos que el 9% del PIB, uno de los mayores del mundo. Es cierto que Alemania ha sido siempre buena exportando pero esto es una locura. Durante casi todos los años noventa presentó déficits y hasta los superávits pasados no excedían del 3 o el 4% del PIB. Se ha duplicado en la última década en porcentaje del PIB. Los desequilibrios comerciales son una causa principal de inestabilidad financiera por la sencilla razón de que hay que reciclarlos mediante el sistema bancario. En realidad, Alemania exporta deflación temerariamente y desindustrialización al resto del mundo. Podría solucionarlo si quisiera. Podría incrementar a gran escala el gasto público para impulsar la demanda interna hasta que el excedente se reduzca o bajar los impuestos y pedir más prestado. O abandonar el euro. Pero Merkel no acepta ninguna solución ni mucho menos que haya un problema. En su lugar, el excedente sigue subiendo y se ha convertido en la causa más probable de la siguiente crisis financiera.
Angela Merkel ha sido canciller durante doce años pero ha hecho increíblemente poco en su defensa, sobre todo comparada con otros cancilleres previos de posguerra también con mandatos extensos. Konrad Adenauer en los años cincuenta presidió la recuperación económica de posguerra. Willy Brandt en los setenta forjó la distensión con el Este. Helmut Kohl reconcilió el país en los ochenta y noventa. Esos fueron grandes logros. Merkel se ha agarrado al sillón durante mucho tiempo a base de negociar transigencias y evitar decisiones incómodas. La estabilidad tiene sus virtudes pero suelen sobrestimarse. Con el tiempo, ha permitido que los problemas empeoren. A Alemania le vendría bien en estos momentos un líder valiente y decisivo, y a Europa también. Merkel no se lo puede ofrecer, así que cuanto antes abandone la palestra, mejor.