
Los ayuntamientos empiezan a calentar motores de cara a 2020, cuando entrará en vigor la Directiva Europea Marco de Residuos, que impone a los países acometer la recogida selectiva de residuos con el fin de elevar hasta el 50% la cuota de reciclaje desde unos niveles que actualmente apenas si sobrepasa el 30%.
Con la vista puesta en este objetivo, las Comunidades Autónomas están obligadas a contar desde este mismo año con sus respectivos planes de recogida, y algunos ayuntamientos, entre ellos el de Madrid, han empezado a implementar proyectos piloto que implican la ubicación en las calles de un contenedor adicional destinado a recoger los residuos orgánicos que se pueden reciclar en forma de compost.
Por lo que respecta a la capital de España, este plan piloto afectará por el momento a diez distritos (a partir de 2019 el nuevo contenedor se extenderá por toda la ciudad), y se suma a la operación de sustitución de los viejos contenedores en las calles por otros de mayor cubicaje y configurados para ser gestionados por camiones de carga lateral.
En definitiva, será mayor el número de contenedores de recogida de residuos en las vías públicas con el fin de atender los objetivos de reciclaje fijados por la Unión Europea, y ello nos lleva a reflexionar sobre la idoneidad de alcanzar un objetivo visionario, como es la mejora ambiental de nuestras ciudades, por la vía de maximizar el recurso a un modelo de gestión de residuos marcadamente tradicional y, en buena medida, muy mejorable desde el punto de vista de la eficiencia.
Muchas veces se tiene la sensación de que, a pesar del avance tecnológico logrado en muchas facetas de la vida cotidiana, sigue habiendo reductos que permanecen anclados en el pasado. Y uno de ellos, claramente, es el de la recogida de basuras.
En la mayor parte de las ciudades esta labor se sigue haciendo como hace cien o más años. Se han sustituido los carros tirados por animales por camiones que ocupan las vías públicas y que, en muchos casos, contribuyen con sus emisiones a deteriorar la calidad del aire y representan además un problema adicional al tráfico las vías públicas. A este respecto, vale la pena recordar que la incorporación de este nuevo contenedor en las calles impondrá a los ayuntamientos la necesidad de incrementar sus presupuestos relacionados con esta partida como consecuencia de tener que aumentar el número de trabajadores y los vehículos en las calles. De hecho, la FEMP ha cifrado el esfuerzo inversor para implementar el nuevo contenedor para la fracción orgánica en 400 millones de euros, más un gasto adicional operativo anual de 350 millones de euros.
Es evidente que separar la fracción orgánica de la bolsa doméstica de basura tiene todo el sentido, dado su valor como fracción reciclable para la producción de compost o la generación de energía en forma de biogás. Sin embargo, más cuestionable es que el tradicional contenedor denominado "resto" se vaya a desdoblar ahora en dos.
Entre otras cosas porque será necesario planificar más rutas específicas para recoger una fracción que, por su escaso volumen -nos referimos a esa nueva categoría de "resto"- perfectamente podría ser incluida en el contenedor de envases, procediéndose después a su separación en planta.
Llevamos ya algunos años oyendo hablar de las tecnologías aplicadas a mejorar el funcionamiento de las ciudades, y para eso se ha acuñado el término de Smart City, que engloba también soluciones en materia de recogida de residuos, y son el resultado de aplicar la innovación a este campo tan importante en el funcionamiento de las ciudades. Sin duda, podrían proporcionarnos unos sistemas de recogida y de transporte de residuos mucho más eficientes, sencillos y fáciles de usar, y que además fueran apreciados y valorados por los ciudadanos. Ejemplos tenemos en muchas ciudades, con sistemas concebidos como infraestructuras básicas, al igual que otros servicios como el alcantarillado, el abastecimiento de agua o el suministro eléctrico.
La gestión de las ciudades, con la vista puesta en incrementar el confort de los ciudadanos y mejorar el medio ambiente, pasa inevitablemente por repensar la manera en que hoy se están prestando los servicios, y en sacar todo el potencial que hoy nos ofrecen las nuevas tecnologías. La innovación tecnológica está cambiando ya los procesos de fabricación y de comercialización de productos y servicios de toda índole, incluida la forma de consumir información, formación y la manera de relacionarnos las personas, y también ocurrirá en las ciudades, y particularmente con la manera de gestionar la evacuación y el tratamiento de los residuos. No en vano, hablamos de una faceta que, en muchos casos, compromete más del 50% de los recursos totales de los municipios, y que está pidiendo mayores cuotas de eficiencia.