
Pocos temas generan más inquietud entre los bancos centrales que el temor a perder el control sobre las propias divisas. Las últimas semanas han sido un fiel reflejo de este hecho. El Banco Popular de China prohibió las ofertas iniciales de criptomonedas como el bitcoin, lo que provocó que algunas de ellas se depreciasen hasta un 15%.
Entre bastidores, existe un creciente nerviosismo sobre hasta qué punto afectará la tecnología a los sistemas bancarios y de pagos. Este verano, tanto el Comité de Supervisión Bancaria de Basilea como el Foro Económico Mundial publicaron sendos y exhaustivos informes donde plasmaban sus preocupaciones y describían la situación actual. Hasta ahora, los grandes beneficiarios de las nuevas tecnologías han sido los clientes. Según afirma el informe del FEM, las innovaciones en fintech aplicadas a la banca han demostrado ser menos revolucionarias de lo esperado, ya que no han logrado cambiar la base de la competencia en un sector altamente regulado. Por el contrario, la tecnología ha dado lugar a una notable mejora de la atención al cliente y a una marcada disminución de los gastos. Sin embargo, más allá de la resistencia a los ciberataques, existen tres grandes preocupaciones.
En primer lugar, ¿se verán los bancos, que tanto tiempo y dinero han dedicado a su seguridad, debilitados por estos nuevos participantes? Dicho de otro modo, ¿protagonizarán un caso similar al de Amazon? Anteriormente, los banqueros pensaban que la regulación hacía que los servicios financieros fueran menos atractivos para los nuevos participantes del mercado. Pero ahora empiezan a ser conscientes de que los competidores fuera del sector bancario pueden centrarse en negocios más rentables, quedándose así con la mejor parte del pastel, lo que disminuye la rentabilidad de los bancos regulados.
En segundo lugar, ¿perderán importancia los bancos a medida que se concedan más préstamos más allá de los límites de la regulación? Desde 2009, muchos negocios recurren a las gestoras de activos en detrimento de los bancos. Según la firma de análisis de mercado Prequin, se han captado más de 600.000 millones de dólares para financiar deuda corporativa. Como resultado, las autoridades dedican más tiempo al estudio del sector no bancario. La creciente dependencia de las grandes firmas tecnológicas que muestran los bancos para poder gestionar su infraestructura da mucho que pensar a las autoridades sobre qué entidades tienen una importancia sistémica.
Y, en tercer lugar, ¿perderán los bancos centrales el control de los pagos si se generalizan las criptodivisas emitidas de forma privada? La emisión de moneda es un negocio lucrativo, dado que los bancos centrales se quedan con la diferencia entre el coste de emitir una moneda o billete y su valor nominal.
Los bancos centrales también temen perder su capacidad de supervisar el sistema de pagos. En vista de la lucha global contra el terrorismo y el crimen organizado, esta es una preocupación apremiante. Si nos situamos en una hipótesis extrema, los bancos centrales temen perder el control incluso sobre la masa monetaria.
Hasta hace poco, las autoridades no mostraban excesiva preocupación sobre las criptomonedas, ya que sus ventajas como sistema monetario eran mínimas, salvo para aquellos que trataban de ocultar sus huellas. No constituyen un "depósito de valor", como demuestra lo acontecido el lunes, ni cuentan con la aceptación suficiente como para ser un medio de intercambio útil. Además, las divisas electrónicas no han conseguido alcanzar el nivel de seguridad que prometían, como han puesto de manifiesto los numerosos ataques que han sufrido por parte de hackers en el último año.
Sin embargo, a medida que el uso de las criptodivisas se generalice, cabe esperar que los bancos centrales intenten prohibir u obstaculizar su uso. Este hecho será más evidente en mercados sobre los que planea la huida de capitales y el crimen organizado. Si bien estas medidas no detendrán a los especuladores y entusiastas, limitarán su capacidad para generar el enorme efecto red que convertiría a estas monedas en una divisa paralela de gran utilidad.
Pero quizás estos temores alienten a los bancos centrales a aumentar el atractivo de sus propias monedas. Sin duda, contar con unos protocolos más eficientes para los pagos electrónicos sería muy conveniente y, en ese aspecto, tienen mucho que aprender de la tecnología bitcoin. Y, si ahondamos más aún, las criptomonedas constituyen un motivo más por el que el BCE, el Banco de Japón y demás autoridades monetarias deberían retirar más pronto que tarde el peligroso experimento de los tipos de interés en terreno negativo.