
La legislatura de Puigdemont nació con un objetivo imposible de cumplir. El plebiscito se perdió y no hubo más remedio que seguir adelante a cualquier precio: ya fuese la cabeza de Mas, la dependencia de la CUP o la necesidad de saltarse las leyes que les impedían avanzar. Hasta este martes supieron mantener la iniciativa y utilizar los errores ajenos, pero después de la comparecencia se han encontrado ya en un callejón sin salida, conscientes de que en este momento no pueden convocar elecciones porque nacieron para un objetivo que no han cumplido y corren el riesgo de perder la batuta.
En su huida hacia delante, Puigdemont ha cambiado de táctica y anteayer levantó una bandera gris, que no blanca, pidiendo tiempo muerto y buscando mediación para legitimarse internacionalmente. Necesita reagrupar a los suyos para resistir a los múltiples frentes: la falta de apoyos internacionales, el rechazo de la UE , una sociedad fragmentada y una verdadera sangría de fugas empresariales, incluso disensiones dentro de su partido y, por supuesto, con la maquinaria de la justicia avanzando lentamente, pero pisándole los talones. Consciente de que está actuando en la ilegalidad, solo le queda clamar por un referéndum pactado para salvar su cabeza o esperar a que el Gobierno intervenga Cataluña.
Su discurso del 10-O llevará la frustración a muchos adeptos a la causa, que no han alcanzado las metas de su imaginación. Queda por ver si este cambio de táctica ha sido un movimiento dirigido a convencer a los corresponsales de los medios internacionales o un verdadero cambio de objetivo, visto el abismo.
Tras cinco años del procès se perciben las primeras grietas del independentismo, a la espera de la reacción o de una nueva equivocación del Gobierno, mientras se declara una "independencia en modo diálogo". Ante esta confusión creada para ganar tiempo, el Gobierno ha devuelto la pelota al tejado del Govern. Con el requerimiento pone en marcha el cronometro, dejando en el aire la aplicación del artículo 155, y es que en un mano a mano de ambigüedades, a Rajoy no hay nadie que le venza.
Mientras tanto, parece que se recupera el consenso constitucional con PP, PSOE y C's como bloque unido frente al independentismo, con un Pedro Sánchez que sale airoso del apoyo al Gobierno al pactar una futura reforma constitucional, aunque habrá que saber cuándo y para qué. Unidos Podemos queda en una posición incómoda. La formación morada nació pidiendo una reforma de la Constitución y cuando aparece la oportunidad, su propio discurso les impide adherirse a la Triple Alianza constitucionalista. Si para algo pueden haber servido quizás sea para una probable candidatura de Colau a la Generalitat, pero a costa del sufrimiento electoral de Podemos en el resto de España. Ciudadanos, por el contrario, ha marcado territorio claramente, apoyando al Gobierno sin fisuras con su defensa del artículo 155 y su constante petición de elecciones en Cataluña. Queda claro que Rajoy ha demostrado, hasta el momento, tener una estrategia pasiva, anclado en la Ley y dejando a la justicia funcionar, reaccionando políticamente con hechos consumados. Jugar a la espera le ha aportado derrotas en la batalla de la imagen y comunicación, como la del pasado 1-0, pero también le ha dado ciertas ventajas atrayendo al poder económico catalán a sus intereses y ahora con un Govern situado en un callejón sin salida, entre la legalidad y la CUP.
Parece que ha llegado el momento de la acción política, muchos ciudadanos piden que el Gobierno reaccione con el anhelo que tenemos todos de resolver la situación cuanto antes, para no seguir lastrando la imagen de España. Sin embargo, estamos en una partida lenta, con trampas continuas, con un control de los tiempos exquisito, a la espera del error del contrario, en la que aparentar en las formas es esencial y en la que la propaganda sigue siendo fundamental, ya que la percepción de los hechos es más importante que la realidad.