
Más de cien mil pasajeros abandonados en sus destinos turísticos del Mediterráneo. Se está organizando una evacuación de emergencia para traerlos a casa. Otros cientos de miles han visto arruinados sus planes de viaje. Con Monarch en suspensión de pagos varias semanas después de que Ryanair se sumiera en el caos, obligada a cancelar cientos de vuelos, probablemente no ha habido un tiempo peor para desplazarse por Europa.
Mucha gente pensará que los modelos agresivos de negocio de bajo coste se están desmoronando, que el mercado libre falla y que la gente sale perjudicada por los capitalistas avaros y depredadores. Pero esa no es toda la historia. De hecho, lo único que estamos viendo es cómo el proceso de destrucción creativa surte efecto a marchas forzadas. Monarch fue una empresa brillante e innovadora hace medio siglo, al igual que Ryanair hace una década, pero cuando tengan problemas las reemplazarán otras nuevas y mejores. Es la evidencia de que el sistema funciona, no de que falla.
Monarch tiene sus raíces en una de las grandes transformaciones de la vida británica de posguerra: la aparición de los paquetes turísticos baratos que hicieron los viajes al extranjero asequibles para la gente normal. Todo empezó con un vuelo chárter Luton-Madrid en 1968 y en 1972 la compañía ya transportaba a 500.000 pasajeros al año.
En un mundo tan estatalizado y regularizado como el del transporte aéreo, donde los aviones eran el coto de magnates de los negocios, diplomáticos y políticos, las aerolíneas chárter representaron una fuerza perturbadora importante. Democratizaron un producto de lujo y lo pusieron al alcance de todos.
Pero el mundo ha avanzado y los perturbadores acaban siendo objeto de otras perturbaciones. La llegada de las aerolíneas de bajo coste, que podían volar a casi cualquier lugar de Europa por menos de lo que cuesta una comida y una botella de vino en el lugar de llegada, hicieron penosamente anticuadas a las aerolíneas chárter.
Internet permitía elegir el destino, reservar hotel y contratar un vuelo con unos cuantos golpes de teléfono, y convirtió los paquetes turísticos, donde uno embarcaba hacia un destino español y se encontraba junto a una pareja de Swindon, tan exóticos y emocionantes como un televisor en blanco y negro. Monarch trató de avanzar con los tiempos y reinventarse para la nueva era pero de todos los trucos en los negocios ese es quizá el más difícil de conseguir y los directivos de la compañía no deben avergonzarse por no haberlo logrado del todo.
Es irónico, por decirlo de alguna manera, que a la vez que Monarch desaparece del cielo sobre Luton, Ryanair, la empresa que más que ninguna otra la echó del negocio, está dando muestras de preocupación. Su "crisis pilotgate" ha supuesto la cancelación de entre 40 y 50 vuelos diarios durante seis semanas, en una decisión que ha afectado a más de 300.000 pasajeros y ha dejado a familias abandonadas en aeropuertos y otras obligadas a descartar sus planes de viaje.
La despreocupación presumida con la que Ryanair suele desestimar las quejas de sus sufridos clientes (vale, sabemos que somos horribles pero a nadie le importa porque somos la tira de baratos) de repente parecía caducada.
Por supuesto, es demasiado pronto para afirmar que el gigante de Michael O'Leary, actualmente la aerolínea más grande de Europa (ocupa el quinto puesto mundial en número de pasajeros), está en graves dificultades. Desde que empezó a operar una única ruta entre Watford y Dublín y Londres, en 1985, ha sido un negocio fantásticamente innovador. Rediseñó y reimaginó los destinos y, sobre todo, los precios de los viajes, y se deshizo de capas enteras de costes para ofrecer un servicio implacablemente eficiente que abría nuevas rutas y nuevos mercados viajeros.
No habría despedidas de soltera en Tenerife sin Ryanair (admito que quizá no todas las innovaciones son positivas) pero la aerolínea siempre ha estado algo escasa, por ponerlo sutilmente, en cuanto a simpatía. Quizá no suceda este año ni el próximo pero en algún momento un rival averiguará como combinar su eficiencia brutal con un nivel aceptable de servicio al cliente. Y nadie querría ser accionista de la aerolínea cuando eso ocurra.
Resulta fácil convertir el desasosiego en el sector aéreo en una arenga anti-mercado. Hay familias abandonadas en el extranjero, vacaciones arruinadas, pasajeros tratados como ganado mientras las empresas avariciosas y rapaces estafan a todo el mundo y ofrecen un servicio penoso o incluso ningún servicio. Es emblemático de un sistema en crisis y, para algunos al menos, un argumento de que debemos volver al mundo del control estatal y la regulación.
Aun así, lo importante es esto. Las empresas entran en apuros y sus fortunas suben y bajan; a menudo se arruinan. Es un proceso embrollado pero no constituye un argumento contra los libres mercados sino una ilustración de por qué funcionan tan bien. Es un proceso que el gran economista de preguerra Joseph Schumpeter llamó "destrucción creativa" y es tan relevante ahora como lo fue entonces. Las empresas crecen constantemente y después se hunden, mientras prueban nuevos modelos de negocio, se dejan atropellar por tecnologías nuevas o son apabulladas por unos competidores más agudos y rivales más trabajadores.
Lo estamos viendo todo el tiempo. Nokia fue brevemente la mayor empresa de Europa mientras estaba subida a la ola del primer auge del teléfono móvil y presentó nuevas ideas brillantes. Desarrolló el primer aparato capaz de mandar mensajes en 1993. Cuesta recordar los días en que sobrevivíamos sin móvil. También fue suyo el primer terminal con teclado completo. Sin embargo, cuando Apple lanzó el iPhone hace una década, fue la señal de advertencia. Ahora, el último teléfono Apple casi no ha embelesado a nadie y podría dirigirse también hacia el ocaso corporativo. La industria musical se ha puesto patas arriba con los servicios de música en línea como Spotify y el mundo de la televisión con Netflix y compañía. Ocurre en la banca y los servicios financieros, con nuevas aplicaciones que crecen y también se da en otras áreas más mundanas (ya nadie es capaz de vender café mediocre en calles repletas de Costas y Starbucks).
Sin duda, cada vez que una empresa se hunde hay un periodo de trastorno y los clientes inevitablemente se pierden, mientras los proveedores se ven en apuros y el personal tiene que buscarse otro empleo con todo el estrés que eso implica. Aun así, conviene recordar que así es como el sistema se renueva y por eso funciona tan bien. No es mucho consuelo para un matrimonio con hijos pequeños, abandonado en un aeropuerto, saber que está siendo parte de un proceso en el que la economía progresa pero resulta que es cierto.