
Nos costó mucho a los constituyentes del 78 construir el entramado institucional. Creímos que sería capaz de resistir los embates de los huracanes políticos que, de vez en cuando, amenazan nuestra convivencia. Resistió la tormenta de la extrema derecha. El golpe de Tejero se deshizo como un azucarillo en pocas horas. Bastó con la decisión de la Jefatura del Estado y el consenso de los ciudadanos y las fuerzas políticas.
La Constitución sobrevivió a los tornados del terrorismo y, en particular, a la sombría ETA, alianza de radicalismo izquierdista con nacionalismo excluyente. Fueron años de esfuerzos continuados en los que cayeron muchos españoles demócratas. Hoy la banda criminal está derrotada. Las instituciones democráticas se levantaron después de la terrible crisis económica de 2008 que las golpeó con puntas del 26% de desempleo.
Sindicatos y empresarios, con una política económica adecuada, hicieron una labor encomiable. Ahora las instituciones se encuentran ante un embate de naturaleza distinta. Lo protagoniza uno de los órganos de la democracia: la Generalitat. No es un manifestación callejera (aunque utiliza la calle), tampoco es una lucha armada (por la que nadie está), es un Golpe de Estado efectista que, basado en la minoría de la población y la utilización mediática, quiere desoír a la mayoría de los catalanes y los españoles.
En todas las ocasiones anteriores brilló la grandeza de los protagonistas, individuales o colectivos. Algunos dejaron paso a otros para desatascar la situación. Otros se sacrificaron en sus intereses particulares, perdonaron y olvidaron las vidas y esfuerzos perdidos en aras a la convivencia. La misma transición dejó un legado de esperanza a las generaciones posteriores. Felipe VI dijo el martes que hay que restaurar la Constitución, recuperar la democracia, la ley en las instituciones y seguir en concordia y con orgullo de ser español. Es la hora de la grandeza.