Hasta de los peores momentos se puede extraer algo positivo. Incluso de la más grave crisis institucional de la democracia, a la que nos han conducido los separatistas catalanes. Lo bueno de todo esto es que, ante el gesto boquiabierto y preocupado de buena parte de la sociedad, todos los responsables públicos están quedando retratados, colocados de forma inmisericorde ante el espejo de sus contradicciones.
Sin ir más lejos, los desleales independentistas. Se han declarado en rebeldía frente a la ley y los tribunales, se niegan a cumplir sus sentencias porque no las reconocen. Y, al tiempo, véase Forcadell o el propio Junqueras recurriendo la intervención de Hacienda, piden amparo a los mismos jueces a los que se jactan de desobedecer.
También los partidos constitucionalistas van a quedar en evidencia. Confiaron o quisieron confiar en una suerte de diálogo con aquellos que no querían escuchar, contribuyeron para regocijo de los independentistas a demonizar el artículo de la Constitución diseñado expresamente para atajar sus desmanes, el 155. Es interesante observar cómo reculan ahora que comienzan a darse cuenta de que no les quedará otro remedio que hacer lo que gran parte de los ciudadanos, hastiados del victimismo enfermizo de los gobernantes catalanes, vienen reclamando durante años.
Pero la gota que colma el vaso del oportunismo es la que ponen Podemos y su socia Ada Colau. Corre de móvil en móvil la sucesión de mensajes de Pablo Iglesias defendiendo en los últimos meses una cosa y la contraria: el referéndum ilegal y el respeto a la ley de forma alterna. El corazón les pide hacerse la foto con los independentistas, la cabeza les dice que tal posición les colocará, como a ellos, fuera del sistema, lejos de las alfombras del poder.
Esto no ha hecho más que empezar, pero a medida que se acerque el 1-O acabaremos por ver a unos y otros con todas sus vergüenzas al aire. Lo positivo es que, aunque sea para echarse a llorar, al menos ya no podremos llamarnos a engaños.
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