
El espectáculo televisivo más eficiente es el fútbol. Contra un buen choque de Champions o un clásico entre Barcelona y Real Madrid ni siquiera Belén Esteban apuñalando en directo a una madre enferma puede competir. Pero por los derechos del deporte rey las cadenas gastan fortunas inconcebibles y la tendencia es que los canales de pago se llevan el premio.
El mejor deportista español de todos los tiempos, número uno del tenis, gana la final de US Open y las cadenas generalistas no se entusiasman con el show. Personajes como Neymar y su padre arramplan con mucho más dinero porque el brasileño vende más camisetas. Y en París las colas para tener una (a 140 euros) son más largas que el 'prusés' en verso.
Detrás de esta injusticia está el aborregamiento del fútbol, que nos ciega. Se perdona todo. Detrás del fichaje estratosférico de Neymar está Doha, con su fondo soberano, capaz de comprar a todos los cracks del mundo para jugar contra sí mismos si hace falta. Al PSG y sus fans les da igual que en Qatar muchas mujeres no reciban protección adecuada contra la violencia en el ámbito familiar. ¿Qué importa que sean discriminadas en el matrimonio, el divorcio, la herencia, la custodia de los hijos, la nacionalidad y la libertad de circulación? Lo dice el último informe de Amnistía Internacional pero 'er furbo es er furbo'. En Qatar están prohibidos los partidos políticos independientes, se penaliza la expresión de opiniones consideradas ofensivas para el emir. La tortura a los presos está documentada y los trabajadores sufren abusos.
No quiero ni pensar qué pasaría si Venezuela patrocinara al PSG, al Real Madrid o al Barcelona. ¿No veríamos el fútbol ni por la tele, no?