
Si una política económica es complicada siempre, aún lo es más en cuanto se relaciona con la energía. La energía por sí misma es la que decidió la aparición de algo especialmente nuevo para la humanidad. A ella se debe la liquidación del modelo económico del neolítico, que poseía entonces una energía creada sobre todo para la ganadería, la guerra y el transporte. En aquella época, y duró la situación hasta el siglo XVII, el mundo se basaba en la energía animal, tanto para el transporte como para el auge de la ganadería, también para la guerra, desde luego para la agricultura y existía un añadido, el de la energía eólica, para mover la Marina mercante. Añádase a todo esto la energía calorífica, fundamentalmente procedente del carbón de leña y muy poco más.
Y de pronto, como consecuencia de la multitud de factores que originaron la Revolución Industrial, a partir del siglo XVIII se inició un auténtico alud en lo que se refiere a las opciones energéticas, encabezadas en primer lugar por la presencia del carbón. Los economistas siempre aludiremos a la importancia que esto tuvo, no ya en el ámbito de los estudiosos, sino en el político y en el social como se prueba con la famosa aportación de Stanley Jevons, The coal question. La energía derivada de la hulla se convirtió en la base del desarrollo económico.
Por otra parte, se conocía la electricidad. Recordemos la pila de Volta. Pero su empleo industrial no llegó hasta que surgió el enlace entre la producción y la atención a la demanda, lo que exige el transporte y esto se consiguió cuando apareció la corriente alterna. El mecanismo de enlace, la gran capitalización exigida, las aplicaciones inmediatas, incluyendo el consumo doméstico, constituyeron en todas partes, y desde luego en España, algo creciente a partir de finales del siglo XIX. El agua dejó de ser un insumo adecuado para el regadío y atenciones domésticas únicamente, y se convirtió en fuente de energía en los denominados saltos de agua. Basta recordar la literatura en algún grado relacionada con la economía para comprobar la importancia que se dio a esta aparición, incluida en España la nota crítica a la Administración Fiscal por parte de Flores de Lemus por incluir, a la generación de la electricidad, como consecuencia de las citadas pilas, en el mundo de las industrias químicas.
Pero de modo simultáneo surge el motor de explosión, y con él el papel creciente del petróleo y de otros hidrocarburos. Su papel económico fue creciendo y, como consecuencia de circunstancias políticas, también de grandes decisiones, con proyecciones incluso internacionales. Surgieron así realidades monopolísticas y situaciones de estatificación o al menos de intervenciones públicas importantes. Basta recordar en España la estatificación en tiempo de Miguel Primo de Rivera del mercado del petróleo en la Península y su derivación hacia la comercialización con la Campsa. Naturalmente, tanto el carbón como el petróleo fueron también la base no solo como productores de energía, sino también por sus productos derivados, ya en el mundo de la carboquímica, ya en la petroleoquímica.
A partir de la famosa ecuación de Einstein E=mc al cuadrado, surgió, exigiendo la presencia de ciertos minerales muy concretos, la energía nuclear, derivación, -de acuerdo con la tesis de la investigadora Mariana Mazuccato-, de planteamientos bélicos, como probó Estados Unidos en su pugna con Japón, y casi simultáneamente se derivaba un empleo civil con la famosa iluminación completa de una casa con la luz eléctrica derivada de la energía nuclear que entonces se iniciaba para la bomba atómica en los Estados Unidos. En España se verificó ese experimento en Madrid, en el barrio de la Ciudad Lineal, en unas instalaciones de la Marina de Guerra encendiendo solamente a partir de una pila nuclear, una simple bombilla. Sobre la relación en España de planteamientos bélicos y desarrollo de la energía nuclear, véase el libro de Guillermo Velarde, Proyecto Islero (2016).
Todo ese proceso de generación supone la aparición de un amplio conjunto de cuestiones derivadas del transporte, que, por ejemplo incluyen que en la Marina mercante hubiesen aparecido buques carboneros y posteriormente petroleros, así como líneas eléctricas, oleoductos o gaseoductos. Bien sabemos en España los problemas que en relación con otros países tienen nuestra electricidad, el empleo del petróleo y otros hidrocarburos, hasta el punto de que se habla de que España, por las dificultades que tiene de conexión, no es exactamente una isla, sino que es sencillamente una península pero que su istmo en el sentido energético es paralelo minúsculo al istmo geográfico denominado de Corinto en el ámbito griego. A más de esto, los mencionados buques carboneros y petroleros, han de unirse a los mercados financieros donde se cotizan ciertos productos diariamente. Basta señalar esa noticia diaria del precio del petróleo, según variedades, lo que se une simultáneamente a prácticas financieras especulativas.
Pero no podemos olvidar, adicionalmente, que a partir de Arrhenius -recordemos que fue el primer premio Nobel concedido de Química-, sabemos el papel que puede desempeñar el CO2 en cualquier momento para alterar las condiciones de la atmósfera. La convicción de que el calentamiento que se expone como algo palpable en estos momentos de la historia del globo terráqueo y que se afirma que puede alterar desde la salud a multitud de aspectos socioeconómicos, provoca la aparición de propuestas de rechazo relacionadas con determinadas fuentes de energía. Todo esto origina otros planteamientos de alteración de la producción, del consumo y del conjunto del mercado a causa de exigencias que pueden calificarse como de raíz político-ecologistas. Todo ello tiene consecuencias muy importantes desde la energía eléctrica a la rentabilidad del carbón y del petróleo. Simultáneamente el capital fijo tiende a ser considerable, sea éste una simple mina de carbón, o sea una central nuclear, o un salto de agua, o si volvemos a las energía pretéritas, las denominadas ahora renovables -eólicas, solares -las inversiones para su aprovechamiento actual, exigen capitales muy altos.
De todo lo dicho se deduce otra cuestión: la relacionada con el destino industrial de la energía eléctrica. Se ha planteado la cuestión de la relación entre la necesidad de electricidad y el conjunto de la producción. Esta vinculación está relacionada con la denominada intensidad del empleo de la electricidad. Hace años lo señaló el profesor Becker, que España era el país de la OCDE que necesitaba más cantidad de energía por unidad de producción total que cualquier otro país del mencionado ámbito. Hoy, esa situación ha mejorado.
Finalmente debe mostrarse la magnitud de la capitalización que se plantea en todos estos sectores energéticos. Por ello han aparecido circunstancias clarísimas de que no puede existir en ellos la situación de libre competencia. Recordemos, por ejemplo, por lo que se refiere a España, los trabajos de Manuel de Torres y de Muñoz Linares sobre el llamado Monopolio en la industria eléctrica española, o las raíces de Hunosa, vinculadas además con el problema social, que siempre es muy fuerte en actividades derivadas de la minería de cualquier tipo. En algún caso, como en el del cambio climático, la intervención en él ha de ser de tipo público, pero además internacionalmente como acabamos de observar tras la Cumbre de París. Pero basta con consultar además una Tabla de Insumo-producto o si lo prefieren denominar, input-output, para captar el enlace de cualquier energía, y concretamente de la eléctrica, con todos los sectores. Y eso, con otros enlaces macroeconómicos, ¿no los debemos tener en cuenta? ¿Y los financieros, de escala mundial a causa de la magnitud de muchas de esas inversiones? ¿Y los problemas sociales y del conjunto político que se puede alterar derivado de la energía, ligados, por ejemplo, a la aparición del fenómeno de las tarifas?