
Donald Trump tardó dos días en condenar la violencia de supremacistas blancos, Ku-Klux Klan, neonazis y demás fauna racista en EEUU. Actos repugnantes de ultranacionalistas en Charlottesville, Virginia, que dejaron tres muertos y 35 heridos.
Se da una progresiva mezcolanza de ultras y radicales organizada bajo el nombre de Alt-Right o derecha alternativa que se considera guardiana del auténtico núcleo duro del partido Republicano. No parece crecer el número de movimientos racistas. El problema es que sus adeptos se sienten envalentonados al percibir que uno de los suyos ocupa el Despacho Oval. Creen ser capaces de transformar el curso del país. No podrán. Pero en el intento harán daño.
La Alt-Right soslaya la, antaño clara, división entre el establishment del partido conservador y la ideología extremista. La incendiaria retórica del presidente tiene gran parte de culpa de esta tendencia. Su constante desprecio por las instituciones y valores de la democracia no ha hecho más que afianzar a los fanáticos en su creencia de que el sistema debe caer. Con asesores clave en la Casa Blanca como Steve Bannon, el más controvertido, o Stephen Miller ha dado alas a la derecha radical.
Con su habitual grandilocuencia, arrogancia no pocas veces cargada de odio, tuits ofensivos, estereotipos racistas, Trump tenía motivos para distanciarse de manera rotunda en esta ocasión de la violencia. No lo hizo. Fue evidente que el mandatario, de normal tan locuaz, tuvo que plegarse ante la presión de la opinión pública. Incluida la procedente de los republicanos.
Lo alarmante de los sucesos es que en gran medida los radicales basaron su actuación de forma explícita en el presidente. Hubo gritos de "Heil Trump". Exlíderes del KKK advierten que la organización se proponía cumplir la promesa de Trump de "reconquistar la nación".
Las palabras de Trump han llegado tarde. Y sus seguidores más extremistas lo verán como prueba de que ha sido una necesidad táctica ante el establishment. Le seguirán viendo como aliado. Se acusa a Trump de estar protegiendo a sus bases. No está dispuesto a renunciar a ese respaldo. Esos ultras con su potencial violento podrían llegar a ser utilizados como amenaza en la eventualidad de que su cargo se viera en serio peligro.
Solo un rechazo tajante y categórico a cualquier fuerza antidemocrática y la intención expresa de combatir sus ideas hubiera significado un cambio. No fue el caso. La condena de Trump fue además de todo punto insuficiente. 24 horas después dio marcha atrás de la forma más vergonzosa afirmando que "ambos lados" fueron culpables. Con su ambivalencia lo que ha hecho ha sido legitimar el racismo.
Como ha señalado el New York Times en un artículo "nunca Trump había llegado tan lejos" en su defensa de las acciones de los supremacistas como en la rueda de prensa en la que "de modo airado" equiparó a los activistas de lo que llamó "alt-left", izquierda alternativa, con los de la "alt-right" ante lo ocurrido en Charlottesville.
Un comentarista norteamericano ha manifestado que, en lo que lleva de mandato, Trump había ofendido e insultado a todas las personalidades y corrientes políticas imaginables. Excepto dos. La extrema derecha y Vladímir Putin. En lo relativo a la relación transatlántica, EEUU y la Unión Europea seguirán siendo aliados porque se necesitan mutuamente. Europa no puede limitarse en esta desfavorable coyuntura a articular baratas campañas antiamericanas.
De la era Trump sólo cabe esperar que no concluya en desastre. Es necesario que las instituciones hagan lo posible para reducir el campo de acción del magnate. Una de las instancias a las que incumbe una función de control son los militares estadounidenses. Con el Jefe de Gabinete John Kelly, el asesor de seguridad H. R. McMaster y el secretario de Defensa James Mattis, ya son tres los exgenerales que ocupan puestos de gran influencia. Los militares muestran con frecuencia mucha mayor responsabilidad en cuestiones de guerra que los civiles. También es conocida la lealtad constitucional de las FFAA estadounidenses. Por otro lado, no es bueno que exmilitares tengan que ocuparse cada vez más de asuntos que corresponden a los políticos. Que el aparato militar aparezca como lo más fiable e intacto, lo que hace es mostrar la debilidad institucional que aqueja a la sociedad norteamericana.
La lamentable conducta de Trump enciende todas las alarmas. Cuando menos, está significando el comienzo de una revolución en el seno del propio partido Republicano. Trump arremetió contra dos senadores de su formación después de que ambos criticaran su tibia respuesta ante los episodios de violencia racista. Hasta hay reproches de su propio equipo de Gobierno. Puede ser el principio del fin de una irreflexiva y disparatada presidencia.