
El ruido político, social y mediático que envuelve a la Administración Trump no impide a su política económica dar pasos en firme hacia una economía basada en menos Estado, menos impuestos y una lucha contra los grupos de presión que perjudican seriamente la calidad de las instituciones americanas. Detrás de la vehemencia de Trump -no siempre medida y justificada- hay un equipo fuerte como es el caso del secretario de Estado Tillerson, el cual está realizando en estos días una gira de vital importancia por varios países latinoamericanos.
En este contexto, este 16 de agosto se produjo la primera de las siete rondas de negociación en Washington del nuevo Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), teniendo prevista ya la segunda ronda en suelo mexicano para principios de septiembre.
En este sentido, 23 años después de su ratificación, se abre una oportunidad de oro para los tres países firmantes de actualizar el TLCAN en función de las necesidades actuales y futuras de sus economías. Además, en casi un cuarto de siglo, la orientación del comercio internacional ha cambiado por completo. Después de años de negociaciones en vía muerta en el seno de la OMC (Organización Mundial de Comercio) desde la última Ronda de Doha iniciada en 2001 y sin cerrar desde 2005, los acuerdos bilaterales o trilaterales como es este caso, se abren paso frente a los macro-tratados instigados por la Administración Obama pero cuya operatividad es más que cuestionada.
El melón del TLCAN se abre en un entorno económico mundial complejo y cambiante, el cual es mucho más importante que la orientación mercantilista que se le pueda atribuir a la Administración Trump. En primer lugar, ha emergido un actor absolutamente protagonista que acapara una buena parte del comercio mundial como es China, el cual ha impuesto un estilo de comercio internacional más basado en pactos bilaterales y que estos vayan entrelazándose hasta crear una cadena entre países (esta es la idea de fondo de la Nueva Ruta de la Seda).
En segundo lugar, la estructura y composición del comercio mundial, han cambiado por completo desde 1994, además de las principales rutas comerciales. En este sentido, los firmantes del TLCAN tienen la oportunidad de diversificar sus intercambios en el exterior. De hecho, esta es la clave de un país como México con una gran dependencia de Estados Unidos en sectores como el automovilístico, el cual todavía se sitúa en zona de contracción (95,3 puntos) del Indicador Adelantado de Perspectivas del Comercio Mundial para el tercer trimestre de este año 2017, que elabora la Organización Mundial de Comercio (WTOI por sus siglas en inglés).
Siguiendo la tendencia de este mismo indicador, tanto los fletes aéreos como el tráfico de contenedores se encuentran en máximos de seis años, justo los sectores más impulsados por China. Por ello, la negociación del nuevo TLCAN pasa por no dejar de lado a la segunda mayor economía del mundo y los recientes acuerdos firmados de forma individual con Canadá y México. Un factor decisivo será el establecimiento de empresas chinas en Latinoamérica en el futuro más inmediato, que ayuden a diversificar las exportaciones mexicanas. Entre 2014 y 2016 se han cerrado en torno a 40 operaciones de inversión entre China y México por un importe de 4.000 millones de dólares.
Ante un juego negociador difícil de equilibrar a tenor de los posicionamientos iniciales donde el que más pesa es el elevado déficit comercial de Estados Unidos con México en el entorno de 63.000 millones de dólares, la introducción de un cuarto jugador que además es un país decisivo, puede conducir a una solución óptima para las partes. De esta forma, México reduciría su dependencia de Estados Unidos (74% de las exportaciones mexicanas incluyendo energéticas van a parar a su vecino del norte) mientras que Estados Unidos encontraría otro mercado donde importar.
Se trata de alguna forma de poner un cuarto mercado encima de la mesa que diluiría la concentración de riesgos entre los países.
En cifras redondas, de los 500.000 millones de dólares de comercio entre Estados Unidos y México, 330.000 millones son negociados por 1.700 empresas. Evidentemente, los beneficios del TLCAN también han dado paso a un elevado y rígido grado de dependencia perjudicial a largo plazo.
Estamos, en suma, en una fase muy distinta del comercio internacional donde la evidencia empírica ha mostrado hasta qué punto no existe un equilibrio cooperativo estable (en el sentido de Nash), ya que este exige de actores pacientes a largo plazo (las tasas de descuento intertemporal deberían tender a 1).
Precisamente, los últimos diez años de comercio global han dejado entrever la fragilidad de un equilibrio cooperativo global tipo OMC y la mejora paretiana que supone un equilibrio parcial fruto de una cadena de pactos bilaterales.