Firmas

París no escupe a los turistas

  • A nadie en París se le ocurre atemorizar a los turistas
  • Tienen muy claro la enorme fuente de riqueza que supone
  • Aquí no, unos cuantos mal nacidos se permiten el lujo de atacar
Pintada con la Sagrada Familia de fondo. Foto: Efe

El cambio es diametral. La primera vez que fui a París, la España que ahora conocemos estaba por hacer. No voy a contar cuándo fue para que nadie se ensañe con mi veteranía pero por aquel entonces aquí aun agasajábamos con flores al "turista un millón", que casualmente siempre resultaba ser una bella nórdica llegada en un avión de Iberia.

Francia era el país que queríamos ser, libre, moderno y rabiosamente europeo. Su capital entonces me fascinó, solo le encontré un defecto que no me pareció menor, los parisinos. El trato que los capitalinos franceses dispensaban al visitante dejaba bastante que desear. Me resultaron unos bordes y tuve la impresión de que no solo se comportaban así con los españoles, que todavía éramos para ellos ciudadanos de tercera, sino que su soberbia era consecuencia de la grandeza de la urbe que habitaban.

Ahora no es así. Vuelvo de París, donde me escapo en cuanto puedo, y ya no solo me encanta la ciudad sino también sus ciudadanos. La gente es amable con el visitante y es raro que te esquiven o tuerzan el gesto cuando les planteas cualquier interrogante o indicación. Empecé a notar el cambio hace años pero se acentuó cuando la capital francesa sufrió los atentados del terrorismo islámico. Los propios franceses de otras ciudades admiten que la gente en París tiene la mejor actitud con el visitante desde lo ocurrido en Charlie Hebdo o la Discoteca Bataclan, y que el movimiento de solidaridad que provocó aquellos sucesos en todo el mundo les ha cambiado para bien.

No es este un rasgo baladí porque París es junto con Londres la ciudad más visitada de Europa. Son más de 15 millones de turistas los que recibe anualmente, casi el doble de los que acoge Barcelona. La presión turística se percibe en cualquier rincón de los barrios céntricos tal y como ocurre en la Ciudad Condal y también allí el precio de los alquileres en el casco histórico se ha disparado a causa del negocio con los visitantes. A pesar de lo cual, a nadie en París se le ocurre atemorizar a los turistas, ni atacar sus autobuses o mostrarles rechazo alguno. Todos tienen muy claro la enorme fuente de riqueza que supone el flujo de visitantes, y los cientos de miles de trabajos que genera. Todos son conscientes del agujero económico que se abriría de frenarse ese poderoso caudal de divisas. Aquí no, en esta España que trata de salir del túnel, ésa que se esfuerza apechugando con una crisis de caballo, unos cuantos mal nacidos y peor criados se permiten el lujo de atacar cobardemente objetivos turísticos porque entienden que esa industria amenaza su modo de vida.

Se llaman a sí mismos "antisistema" aunque en realidad lo que suelen hacer es parasitar el sistema que pretenden destruir. Son también independentistas aunque solo les interesa la independencia de forma instrumental al considerar que cuanto mas pequeño y aislado es el Estado mas fácil resultará demolerlo. Es obvio que a ninguno de ellos le importa la suerte que corran quienes puedan quedarse en el paro si su ataques a la hostelería terminan provocando una caída en el sector que más tira del empleo.

Crecidos, sin duda, por el desprecio a la ley que se propugna desde el Ejecutivo catalán, la alegre muchachada de Arran Paisos Catalanes campa por sus respetos sin que la guardia urbana de Colau ni la Consejería de Interior de Puigdemont hayan recibido orden alguna de montar un dispositivo especial que persiga su acción.

Los agresores no son fantasmas ni nuevos en la plaza, tienen cara y ojos, nombres y apellidos. Son unos pocos centenares de descerebrados cachorros de la CUP, el partido que sujeta al Gobierno de la Generalitat, el mismo que convoca el referéndum del 1 de octubre y que, con su decidido apoyo, ha redactado las llamadas leyes de desconexión. Cualquier asociación o causa que se comparta con estos elementos rebaja y descalifica a quien lo haga; cualquiera que muestre la menor comprensión con ellos se contamina de su perversión.

La tibieza cómplice de las autoridades catalanas de Seguridad da una idea de las manos en las que se encuentra aquel territorio. Basta con oír los términos en que se expresa el flamante consejero de Interior para entenderlo todo, dice Joaquín From del PDCAT que "a veces tiene que tragarse cosas que haría o diría por el bien de un objetivo superior". Lo que se traga es la violencia de sus socios "cuperos", el bien superior es para él la Independencia de Cataluña. No importa que se arruinen miles de empresas ni que la gente se quede sin trabajo, todo es admisible con tal de lograr el objetivo que les obsesiona, el que promete un paraíso catalán.

Resulta obvio que el mercado turístico requiere un ordenamiento que racionalice el sector y no se masifique para que nunca muera de éxito pero está igualmente claro que quienes mandan en Cataluña y sus socios antisistema lo único que saben y pueden hacer con el turismo es daño.

La oferta turística de España siempre se distinguió por el trato que dispensaba a sus visitantes. Ahora, unos cuantos borroqueros pretenden acabar con ese prestigio. Mientras París cuida a los turistas, ellos los escupen.

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