Tras la muerte de Miguel Blesa una bruma de sospecha se levanta sobre la financiación ilegal del PP. Las redes sociales replican insinuaciones conspirativas: "Muere Antonio Pedreira, juez de Gürtel"; "La mujer del portavoz adjunto del PP en el Senado, implicado en Gürtel, aparece muerta en Bilbao"; "El extesorero Álvaro Lapuerta en coma por una caída en su domicilio"; "Hallado muerto el exasesor de Arenas implicado en Gürtel, Isidro Cuberos"; "Rita Barberá muere de un infarto en un hotel de Madrid"; "El expresidente de Caja Madrid, hallado muerto de un disparo"...
Visto así el conjunto de recortes esparcidos sobre la mesa de la cocina es un magnífico inicio para una película de intriga como la dirigida por Giulio Ricciarelli, La conspiración del silencio (2014). En ella, un joven y ambicioso fiscal descubre cómo importantes instituciones alemanas y algunos miembros del Gobierno están involucrados en una conspiración cuyo fin es encubrir crímenes de los nazis.
Modifiquemos un poco el guión. En vez de Alemania situamos la acción en España y, en lugar de crímenes nazis, lo que se trata de ocultar es la financiación ilegal del PP, y ya tenemos un éxito asegurado. En un país tan conspirativo y con el grado de linchamiento al que se ha llegado contra los políticos, cualquier especulación que tenga un leve viso de realidad se eleva a categoría de hechos probados.
Pero la realidad es mucho más cruda. Lo que en España está a punto de ser asesinado es la presunción de inocencia, lo que es lo mismo que decir que peligra el Estado de Derecho. Es tremendo comprobar cómo en las redes se ha aplaudido y hecho chanzas con la muerte de un hombre. "¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!", que diría Millán Astray, frase que, como a Unamuno, siempre me pareció deleznable. ¿A nadie se le ocurrió plantearse que la presión social es tan fuerte con los acusados que puede alterar gravemente su existencia? Da que pensar que el 90% de los procesados queda en libertad sin cargos. Cuando se toma la acusación de corrupción como única arma para destruir al adversario y alcanzar el poder, da miedo. Probablemente, la mayor corrupción que exista es la intelectual y contra esa nadie dice nada.