
Hay quien todavía se formula la pregunta de si Venezuela sigue siendo una democracia. La división de poderes, uno de sus caracteres definitorios, no existe. El poder judicial ha perdido su independencia. A ello se añade la neutralización del legislativo. La Asamblea Nacional surgida de elecciones libres es ninguneada por Nicolás Maduro. La libertad de expresión es ínfima. Hay opositores y disidentes en las cárceles. En el mismo chavismo hay disidencia, como la fiscal general.
El Estado de derecho ha quedado sepultado bajo la feroz represión y avalanchas de detenciones arbitrarias que se cuentan por miles de muertes y violaciones de los derechos humanos. Su número ha aumentado de forma alarmante en los últimos meses de protestas.
Podría argumentarse que pese a todos sus defectos, una democracia es tal mientras el gobierno pueda ser cambiado por elecciones libres. Justo a esto es a lo que se ha negado Maduro.
En cuanto a la elección de este domingo es el pueblo quien por mayoría de voto debe decidir si se convoca a una Constituyente. Otra garantía que Maduro ha ignorado obviándola para imponer sus designios.
Estos comicios son un simulacro, porque no cumplen los requisitos democráticos. Una tercera parte de los constituyentes no será elegida sino nombrada por el partido del Gobierno. En las comunas, la oposición está en desventaja, a pesar de tener mayoría. El riesgo es grande de que el régimen reforme la Constitución de tal forma que nunca más pueda perder elecciones. Ya varios políticos opositores están siendo inhabilitados para presentar futuras candidaturas.
Tampoco es de recibo desaprobar la conducta de Maduro, contraponiéndola a su "buen" antecesor. Desde luego, Hugo Chávez, sale ganando en la comparación. Llegó mediante el voto, mientras Maduro carece de legitimación. Siempre pidió el aval de su cargo a través de las urnas. Utilizó plebiscitos para ser ratificado en su cargo, a lo que Maduro se niega. Como estratega y táctico sabía cuándo atacar y el momento de emprender la retirada. Quizá hubiera llegado a un acuerdo con la oposición y es improbable que hubiera cambiado las reglas de juego. Al menos no de una manera tan burda como hace Maduro.
Mas no se trata, ni mucho menos, de canonizar a Chávez. El comandante eterno gobernó en medio del auge petrolero. Maduro, inepto, tuvo además la mala suerte de heredar el derrumbe provocado tanto por la caída de precios del crudo como por la destrucción nacional iniciada por Chávez. Los defensores del comandante sostienen que redujo la pobreza, cuando lo que hizo fue saquear arcas y reservas para financiar programas sociales con los que compraba votos.
Inició las nacionalizaciones de empresas. No se preocupó por invertir en soluciones para el medio-largo plazo. Ni comenzó siquiera con la tan urgente diversificación de la economía que siguió siendo dependiente del petróleo. Bajo su mandato se agravó la corrupción: hoy sabemos que Odebrecht también pagó millonarios sobornos a funcionarios y políticos venezolanos.
Gran parte de la ciudadanía protesta y muestra su rechazo. La oposición, al no tener apenas campo de acción, convocó un plebiscito fuera de los canales institucionales para consultar la legitimidad de la asamblea constituyente. Sin embargo, ni la consulta, ni las marchas ni los paros y demás estrategias parecen ser suficientes para eludir la constituyente en el corto plazo. El chavismo dispone de los medios para imponerla. Tras casi dos décadas en el poder, la revolución bolivariana ha derivado en podredumbre y descomposición. Demasiados han sido los delitos cometidos: narcotráfico, corrupción, nepotismo... A diferencia de los partidos políticos democráticos, el chavismo sabe que al día siguiente de perder las elecciones, el destino de sus principales líderes será la prisión. Solo le queda la huída hacia adelante y para mantenerse necesita el respaldo de las fuerzas armadas. Aún cuenta con él, pero incluso ese apoyo puede resquebrajarse. Si la pretensión de Maduro de privar a la oposición de la menor posibilidad de poder ganar unas elecciones sale adelante, solo aumentará el riesgo de algún tipo de estallido social.
La brutal violencia, la improductividad y el desabastecimiento general ha llevado al país a esta gravísima crisis humanitaria. No es una "guerra económica" de la oposición. Ni una conspiración internacional. Es una realidad producto de las políticas equivocadas del chavismo y, en último término, de la incompetencia de Maduro.
Para ayudar a Venezuela a superar la enorme tragedia que está padeciendo hay que empezar por ser claros. Aunque eso incomode a ciertos sectores de la izquierda. Incluso el sinónimo 'sistema autoritario' parece liviano para la dictadura chavista. Es preciso llamar a las cosas por su nombre.