
Va a ser muy difícil que esta vez el presidente de la Real Federación Española de Fútbol se aferre al cargo. El nivel de exigencia de la opinión pública (¿o es el de la publicada?) en contra de los casos de corrupción, vengan de donde vengan y se llamen como se llamen sus protagonistas, parece anunciar que en esta ocasión su obsesiva permanencia en el suculento despacho de la Ciudad del Fútbol de Las Rozas no obtendrá beneficios.
Será difícil que en las dependencias policiales o en las de la Audiencia Nacional logre obrar de nuevo el milagro de atraerse los apoyos suficientes para seguir, y seguir, y seguir en el poder.
El ahora investigado presidente de la RFEF debería haber dejado su cargo hace mucho años. Por limpieza e higiene en la vida pública, la que se exige en el resto de resortes públicos de nuestro país. Pero ha sobrevivido a gobiernos de distinto color, para ser exactos ha sobrevivido a cuatro presidentes del gobierno desde que llegó al cargo.
Villar lleva en la presidencia del fútbol español la friolera de 29 años. Cuando ganó las elecciones a Eduardo Herrera en 1988, Julio Anguita acababa de ser nombrado coordinador general de Izquierda Unida, ETA secuestraba al empresario Emiliano Revilla, faltaban pocos meses para que los sindicatos pusieran a Felipe González contra las cuerdas con una huelga general y María Zambrano se había llevado con todo merecimiento el premio Cervantes. Las compras se pagaban en pesetas. Villar se dispuso a dejar atrás sus galopadas en el viejo San Mamés cuando era medio volante del Athletic Club y a ocupar su nuevo espacio enmoquetado en la sede de la calle Alberto Bosch de Madrid, en el privilegiado triángulo que forman el Retiro, el Jardín Botánico y los Jerónimos.
El soplo de aire fresco que supuso para los estamentos del fútbol español que quedaran para el recuerdo los tormentosos mandatos de Pablo Porta y de José Luis Roca, hacía presumir una gestión eficiente de los recursos de nuestro deporte rey. Muchos le auguraron un futuro venturoso. Nadie se atrevió a vaticinar que tres décadas después, Villar seguiría en el cargo gracias a sus victorias, ajustadas o amplias, en sucesivas elecciones a la presidencia de la Federación, en las que lograba siempre de forma increíble el apoyo de los responsables de federaciones territoriales e incluso el de los clubes, verdaderos motores del circo que es el fútbol.
Si entonces nadie habría sido capaz de imaginar semejante longevidad en el cargo, especialmente en un tiempo en el que se ha implantado la limitación de mandatos hasta para los admirados conserjes de edificios, mucho más difícil habría sido adivinar este final, investigado por la Justicia y detenido por la Guardia Civil una mañana de julio de 2017 (18 de julio, para más señas).
Villar tiene que responder hoy de las evidencias que le señalan como posible implicado en desvío de fondos públicos, adjudicaciones a dedo con una empresa de su propio hijo como eterna beneficiada, y posible compra de votos para perpetuarse en su privilegiada posición ad eternum. Por suerte, la UCO y la Audiencia no son sobornables.