
Es una pregunta que me suelen repetir cuando hablo de la economía de Internet. Y es que, siempre que se analiza este sector, surgen compañías americanas, con su evidente capacidad de poder económico y social. Según datos de mayo de este año, de las seis mayores empresas de Internet por valor de capitalización, las primeras son estadounidenses (Apple, Google, Amazon y Facebook), seguidas de dos chinas (Alibaba y Tencent).
Si se compara por número de usuarios, sale de nuevo lo mismo: Facebook, (unos 2.000 millones), Whasapp (1.200 millones), YouTube (1.000 millones), Facebook Messenger (1.000 millones), WeChatt (889 millones) y QQ (868 millones). Estas últimas filiales de Tencent.
Si se pone el foco en los grandes medios de comunicación, se repite la historia: Google-Alphabet, con ingresos operativos cercanos a los 60.000 millones de dólares; Walt Disney, 22.500; Comcast, 19.700; Fox, 18.670; y Facebook, 11.490. Sucediendo igual para los grandes proveedores de servicios en la "nube". Un mercado de unos 240.000 millones de dólares, liderado por Amazon (con su filial AWS), Google, Microsoft e IBM. Allá donde se mire, el negocio global de Internet es cosa de empresas estadounidenses.
Es cierto que entre los grandes operadores de telecomunicaciones algunos son europeos, eso sí, detrás de AT&T (el mayor tras la compra de DirectTV), Verizon, China Mobile, la japonesa NTT, y la también japonesa SoftBan Robotics. Detrás están Deutsche Telecom y Telefónica, seguidas de nuevo por la nipona KDDI y China Telecom, para llegar al décimo lugar con BT. Sin embargo, cuando se vuelve la cabeza hacia Internet nada tiene que ver con Europa.
¿Cuál es la razón? Desde luego no son las capacidades intelectuales de los europeos. Las razones se encuentran más bien en la estructura de un sistema que se asienta en tres pilares que no favorecen el desarrollo de grandes empresas tecnológicas; en concreto: la falta de competitividad del modelo educativo, un rígido sistema financiero y una regulación altamente burocratizada. Tres sistemas encorsetados además por un excesivo papel de la política en la vida empresarial, lo que limita el desarrollo de empresas globales de Internet.
Vayamos al modelo educativo. De manera casi general, en Europa, salvo contadas excepciones, las universidades públicas responden a un rígido sistema que no promueve la creatividad. Se trata de un modelo de corte funcionarial, organizado de arriba a abajo, donde los criterios de valoración se dirigen al alumno, sin que existan medidas efectivas para valorar las capacidades de los educadores que, normalmente, se quedan con sus posiciones educativas en propiedad independientemente de su valía.
Un sistema donde lo que cambian son los alumnos y no los educadores; que se ha trasladado también a muchas Universidades privadas que funcionan, en la práctica, como las públicas. Todas bajo un régimen regulatorio que no ayuda al desarrollo del capital humano necesario para competir en los nuevos entornos tecnológicos. A lo que hay que añadir un pernicioso déficit de estudiantes de las especialidades STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), donde China es líder mundial, tanto en cantidad como en porcentaje. Estados Unidos es hoy el tercer país en este tipo de graduados, detrás de China e India. Europa no alcanza siquiera el nivel de Rusia, Irán, Indonesia o Japón. Una evidente falta de un capital humano fundamental para competir en la economía de Internet.
Un segundo aspecto se refiere al sistema financiero. En Europa hay aversión al riesgo; existiendo además una enorme carencia de grandes fondos de inversión. Un mercado nuevamente liderado por Estados Unidos. Igual ocurre con los hedge funds; un sector donde el país americano cuenta con el 60% del total en contra de un 19% en Europa; lo que se traduce en 2,4 billones de dólares en activos gestionados (assets under management) en Estados Unidos, contra 658.000 millones en Europa. Situación que se une a una rígida regulación bancaria que dificulta el crecimiento de grandes compañías tecnológicas. Al final, el Internet europeo constituye una pléyade de pequeñas compañías que acaban financiadas con subvenciones públicas.
Finalmente, la regulación. O para ser más precisos, las cortapisas políticas en contra de la competencia. Por no extendernos, baste el último ejemplo de la desproporcionada multa de 2.424 millones de euros impuesta a Google. Un claro ejemplo de intervención política del mercado, penalizando a una compañía para favorecer a su competencia. Que se sepa, ningún cliente de Google lo es por motivos sentimentales o de otro tipo. Más bien los clientes escogen lo que consideran más adecuado al precio más razonable. El hecho de que Bruselas intervenga en el mercado no deja de ser el síntoma más evidente de que en Europa será muy difícil tener grandes empresas de acuerdo a la dinámica de Internet. Un modelo que no camina al ritmo de los tiempos y que anuncia fuertes retrasos de la economía europea.