
Este martes tendremos la oportunidad de escuchar el programa político que Pablo Iglesias implementaría de convertirse en presidente del Gobierno. El aspirante está obligado a hacer un diagnóstico de la situación, proponer acciones argumentadas para corregir el rumbo y desgranar los objetivos que quiere alcanzar.
Sólo de ese modo, a pesar de que pierda en votos, puede ganar el debate. De lo contrario, no será más que otra traca de fuegos de artificio a la que tan acostumbrados nos tiene, destinada a desgastar al PSOE o a movilizar a su parroquia, otra utilización torticera y partidista del parlamento que, por más que le pese, nos representa a todos los ciudadanos.
Ese debate de la moción de censura será entre otras cosas una ocasión magnífica para que Pablo Iglesias explique por qué su partido rechaza las generosas donaciones de Amancio Ortega o por qué vuelve la espalda a los homenajes que todo ciudadano de bien rinde al heroísmo de Ignacio Echeverría. Sospecho que sus excusas serán tan burdas y absurdas como las que usan ante cada atropello de los derechos humanos en Irán o Venezuela.
Hay un denominador común que explica en todos los casos ese comportamiento: la crisis de valores que tanto daño ha hecho a España es la ventana de oportunidad que ha asentado a Podemos en el escenario público.
Si esa crisis se cierra, dejarían de existir. Por eso no quieren Amancios Ortegas o Ignacios Echeverrías, por eso reciben a terroristas como Arnaldo Otegi en el Parlamento europeo y por eso apoyan cada iniciativa destinada a debilitar la nación. Porque la unión nos hace más fuertes, porque la excelencia nos hace mejores, a Podemos le molestan. Le estorban porque le debilitan. Es un partido producto de la crisis y, cuando acabe, desaparecerá con ella.