Hoy, jueves 8 de junio de 2017, se celebran elecciones generales anticipadas en el Reino Unido. Las perspectivas son algo diferentes a las de hace unos meses cuando Theresa May las convocó. Y es que los referendos de Escocia y el Brexit han demostrado la inestabilidad de la opinión pública británica y la dificultad de predicción de futuro de su demoscopia.
Cuando Cameron convocó ambos, las encuestas eran favorables a sus tesis, arrasaba en Escocia y ganaba la pertenencia a la Unión Europea. En Escocia ganó pero con menos diferencia de la prevista. En el Brexit perdió y dimitió. Su sustituta, la primera ministra británica, no tuvo en cuenta estos antecedentes. Aunque hace unos meses las encuestas decían que ganaría por 20 puntos a los laboristas, las cosas no están ahora tan claras.
Hoy, puede, incluso, perder la cómoda mayoría parlamentaria que tienen los conservadores ¿Se percató de que una encuesta es una foto fija en un momento y que, dada la inestabilidad del electorado británico, hacer una previsión a tres meses vista es una aventura? Una cosa es la respuesta a un encuestador y otra meter la papeleta en la urna.
En el primer caso las consecuencias son escasas, en el segundo se juega de verdad. Si a ello añadimos la complejidad del Brexit, cada vez más presente en los ciudadanos, y la amenaza terrorista, tan evidente estos días, la perplejidad del electorado y su volatilidad puede ser grande. Es la misma lección que la de las primarias entre militantes del partido. Lo que eligen estos no tiene que ser necesariamente lo que quieren los votantes.
Ni las encuestas son urnas, ni las primarias partidarias elecciones ciudadanas. Y, aunque unas y otras sean convenientes, no por ello son acertadas. En las dos hay buenas intenciones, pero ya se sabe: de buenas intenciones está empedrado el infierno. Hoy sabremos si las buenas intenciones de Theresa le han enviado al cielo conservador o al infierno abrasador.
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