
Los medios (especialmente las televisiones) llevan tiempo machacando con dos oficios elevados allí a la categoría de excelsos. Me refiero a la gastronomía y a la moda. Dos materias cuyo impacto antropológico puede ser notable pero que como producción artística o cultural no merecen ni la milésima parte de la atención que le dedican las televisiones. Dentro de las cuales brilla con luz propia una tortura llamada MasterChef (TVE).
Pues bien, quienes dirigen este programa se propusieron el pasado 23 de abril preparar la mejor de las comidas medievales en un castillo templario, orden militar que, como sabemos, existió entre los años 1.118 y 1.312 de nuestra era. Todo iba bien hasta el minuto 49 del programa.
Entonces, los concursantes utilizaron productos vegetales tan poco medievales como el tomate, el pimiento, la patata y la calabaza. Hay que ser burro (con perdón de los animalistas) para ignorar que esos alimentos viajaron a Europa desde América, que Colón no fue contemporáneo de Rodrigo Díaz de Vivar y que el Campeador jamás tuvo ocasión de tomar un gazpacho, ni un pisto ni una tortilla de patatas, cosa que los genios gastronómicos que dirigen el programa ignoraban.
No fue fácil introducir en la dieta europea alimentos que llegarían a ser tan imprescindibles como la patata. A este propósito, el científico Francisco García Olmedo nos cuenta que Federico el Grande hubo de imponer manu militari el consumo de patatas y que en Francia este tubérculo acabó aceptándose gracias el fervor de Antoine-Augustin Parmentier, boticario militar que había estado prisionero en Prusia durante la Guerra de los Siete Años, donde los prisioneros sólo comían patatas.
Parmentier convenció a Luis XVI de las bondades del tubérculo, así como a científicos como Antoine Lavoisier y Benjamin Franklin, que era embajador norteamericano en París. El tomate, que llegó a España desde México, también tardó en ser aceptado y en muchos países se consideró tóxico.