
Comparado con el crecimiento económico experimentado entre 2003 y 2007, nuestro actual crecimiento está sentado sobre bases más robustas, y sobre todo menos explosivas o formadoras de burbujas, que entonces; pero eso no lo hace un proceso de recuperación ejemplar o impecable. En muchos aspectos, no es tan espectacular u ostentoso como aquél, pero tampoco es tan inestable y está suponiendo, o al menos lleva aparejado, una transformación y apertura exterior de nuestra economía muy notables.
La crisis ha dejado claro, al menos al sector privado de la economía, la importancia de cambiar, de transformarnos tecnológicamente y de competir o sacudirnos cierta complacencia, por no decir la vetusta costumbre de proteccionismo patrio.
Me he referido al período 2003-2007 porque con anterioridad, el crecimiento experimentado entre 1996 y 2002 sí contó con cimientos firmes asentados sobre reformas y transformaciones importantes, incluido un cambio de tendencia en el gasto, déficit y deuda públicos (ayudado también por el proceso de privatizaciones iniciado mucho antes por el gobierno del PSOE) que, entre otros, permitieron a nuestra economía salvar mejor la crisis de 2000-2003 de lo que lo hicieron nuestros vecinos, incluido nuestro comportamiento del mercado laboral.
Sin embargo, nuestro crecimiento actual presenta también problemas o lagunas que, lejos de lo que suele considerarse, no están asociados a la creación de empleo que, en lo que se refiere a la recuperación de los números o tasas previas, responde con fuerza y celeridad pocas veces experimentadas en el pasado, y respecto a los problemas en la calidad del empleo generado, que sin duda existen, surgen, como ya indiqué, mucho antes y de muy diversos y complejos factores atribuibles tanto a los demandantes como a los oferentes, así como a otros sectores o aspectos institucionales que, más allá del propio marco que regula y vigila el mercado laboral, todavía con problemas evidentes, afectan a nuestra productividad.
Lagunas y problemas de nuestro crecimiento económico son, pues, de otra índole y están en otras partes, aunque también relacionados con esas rémoras laborales. Y están inmersas en el lenguaje y mensaje de políticos de todos los partidos, también del centro-derecha, simplemente porque están arraigados en las ideas y creencias de la mayoría de la sociedad pues, en sus procesos de búsqueda y sostenimiento del poder, aquéllos simplemente indagan y responden a las peticiones de ésta.
No es un problema, que también, de que nuestro gasto, déficit y deuda públicos sean excesivos, exagerados e inveterados. Es que no hay agrupación política, me atrevería a decir ideológica, que no considere como saludable para el desarrollo y devenir de la sociedad tales excesos públicos y, en general, los españoles pedimos más, como si los niveles de corrupción no tuviesen relación con el tamaño y la injerencia prepotente de las administraciones públicas, empresas públicas incluidas, en el devenir cotidiano de nuestras vidas.
Aquí todos aplauden la intromisión e intervención del estado en asuntos que no le son propios, más allá de la seguridad interna y externa, la justicia o el establecimiento de normas y leyes que provean y faciliten acuerdos y contratos libres y sin engaño entre los miembros de una sociedad. Leyes que impidan las restricciones a la competencia o los monopolios. Lo que casi todos piden, de cara al futuro, es justo lo contrario.
No es un problema, que también, de que nuestro mercado laboral sea rígido y estrecho, nuestra tasa de actividad ancestralmente reducida y nuestra productividad demasiado baja, las más de las veces. O que nuestros precios muestren tendencias inflacionistas seculares y, lo que es peor, que en términos relativos con nuestros socios y competidores acostumbren a estar por encima, incluso cuando compartimos la misma moneda.
Es que aquí todos reniegan de la reforma laboral, quieren derogarla sin analizar sus resultados positivos y, si se plantea un cambio, es para dar marcha atrás; nunca para mejorar la competencia y el ajuste del mercado. Y nos quejamos o estamos meses discutiendo sobre lo malo que es tener moderación de precios, por una vez en décadas, aunque pronto pasamos a quejarnos del retorno de las subidas de precios.
No es que nuestro sistema educativo sea, en general y salvo valiosas excepciones, cada vez menos exigente, pobre en resultados y, desde hace décadas, muy desincentivador de excelencia, responsabilidad y de presentación u obtención de resultados; que también.
Es que cada vez que se propone una reforma con tales objetivos, incluidos exámenes o pruebas objetivas y globales (también nacionales) tenemos una marea de estudiantes (¡lógico!), educadores, autoridades autonómicas y hasta padres atizando palos al esfuerzo. Hay más, por ejemplo pensiones, pero mejor otro día.