Firmas

Y los políticos asesinaron a las cajas

  • Los políticos aprovecharon la expansión de las cajas para enchufar a afines
Foto: Archivo

Esta semana mi socio y amigo, Javier Santacruz, me contaba un comentario que Juan Velarde hizo en una de sus clases. Nuestro venerado profesor dijo la siguiente frase: "¿Qué hace Caja Madrid en Iberia"? Una sola frase de don. Juan vale más que muchos tratados de economía. Su pregunta dejaba traslucir un análisis perfecto de lo que después estaba por llegar.

Quizá duden de por qué me parece tan acertada esta pregunta, pues bien porque de aquellos sueños de grandeza vienen la actuales pesadillas que han acabado con una figura como son las cajas de ahorro. Todo comenzó con la expansión de las cajas, aquellas entidades financieras que estaban en contacto con la gente, con las familias, con los pequeños negocios. Gestionadas durante mucho tiempo con criterios de rentabilidad y eficiencia por directores generales preocupados por la solvencia, constantemente preocupados por los gastos. Sabedores de que su papel no era el de los bancos, compartían el negocio del crédito pero a escala, niveles y especializaciones diferentes.

Esa expansión hizo además que los políticos se fijaran en las cajas. Era un sitio para llevar a sus cargos salientes, para enchufar a un montón de gente, para financiar engendros como el monolito de Plaza Castilla que ni siquiera está en funcionamiento. La expansión territorial aumentó el atractivo de las cajas para muchos de aquellos políticos que en breve pasarán por el banquillo.

Pero ganar mercado no era suficiente, se quería más. Fue el momento de entrar a comprar participaciones en empresas, como ilustra muy bien Caja Madrid. Se creían Goldman Sachs o Morgan Stanley en versión cañí. Coches blindados como si fueran el presidente de EEUU, edificios mastodónticos en capitales de provincia que hoy no saben qué hacer con ellos, eso sí con un coste de mantenimiento altísimo, salas de consejo y despachos con lujo asiático.

Pero, como dice Warren Buffett, "cuando se retira la marea sabemos quién se baña desnudo". Mientras que todos los bancos a excepción de Popular, se iban retirando del mercado inmobiliario, las cajas no cesaron. Las cajas, como Popular, daban todo los préstamos inmobiliarios del mundo, muchos de ellos a gente que sabían que no lo iba a poder pagar. Con los inefables promotores inmobiliarios, habría que dedicarles un artículo especial a estos, construyeron en sus mentes urbanizaciones, promociones, polígonos. Pero todo tiene un fin, además cuanto más grande es la burbuja más ruido hace al estallar. La paralización del sector inmobiliario, los primeros síntomas de morosidad, pusieron nerviosos a todo el mundo, menos a Rodríguez Zapatero. Ya saben su frase de aquellos días según la cual nuestro sistema bancario era la Champions de la banca. Lo de este hombre nunca dejará de asombrarme, qué visión.

Pues bien, como había que buscar una salida, los políticos se pusieron a pensar y decidieron que la solución era la fusión. Apoyaron sus decisiones en informes de alguno que dicen ser economistas, no crean algunos son hasta catedráticos, pero claro no son Juan Velarde. Era momento de casamientos y por supuesto se llevaron a cabo las nupcias. Fíjense que en aquellos momentos lo más importante, uno de los mayores flecos era el domicilio social: ¿Madrid o Valencia? Cómo se nota en estos detalles la mano de los políticos. Claro que para los economistas lo importante era cómo una entidad como Caja Madrid, podría unirse a Bancaja. Si Caja Madrid tenía ladrillo, Bancaja era una alfarería. El cáncer de la morosidad no era importante, era el domicilio, el cargo, los consejos, las dietas, el coche, la secretaria. Tan brillante idea pareció (insisto: avalada por informes de algún analista financiero, bendecida por Miguel Á. Fernández Ordóñez en contra de la opinión de buena parte de su personal técnico) que buscaron un presidente. Llegaron a la final, agárrense bien, Ignacio González y Rodrigo Rato. Se hizo con el cargo de presidente de Bankia Rodrigo Rato, luego Ignacio González se iría al Canal de Isabel II... será por falta de cargos. Cómo necesitan los políticos a las empresas públicas, su coto privado de colocación.

Pero aquello terminó como terminó, la inviabilidad la pusieron de manifiesto los inspectores de Banco de España, aun cuando no se le hizo caso alguno. Se les ninguneó, "sabrá un inspector, por Dios". Así que vinieron las colocaciones de acciones, preferentes, subordinadas. Entonces ya no fue posible disimular el olor de la putrefacción de sus balances, todo estalló. Fue en el momento del estupor de la opinión pública, después la indignación, por último acudir a los tribunales.

A partir de que la situación se hace insostenible, llega la intervención de España en forma de ayuda financiera. Planes de viabilidad para salvar a enfermos terminales. Ahora sí, dirección por profesionales reputados como José Ignacio Gorigolzarri, que encabeza un plantel de profesionales bancarios que conocen bien, muy bien, el negocio y que además cuentan con una experiencia. Queda una sociedad con el recuerdo de aquellas venerables cajas. Por supuesto, quedan las bien gestionadas como Ibercaja, por citar un ejemplo. Queda un factura de euros enormes a asumir por los ciu- dadanos españoles. Quedan unos profesionales estupendos, como los de las cajas, hastiados, agotados. Quedan pueblos sin oficinas bancarias, desatendidos. Pero para los políticos lo que ya no queda es un sitio donde vivir de la mamandurria. Tranquilos, buscarán otras empresas en las que encontrarlas.

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